El compromiso de regresar – parte 3
“Cuando ya se habían ido, un ángel del Señor se le apareció en sueños a José y le dijo: ‘Levántate, toma al niño y a su madre, y huye a Egipto. Quédate allí hasta que yo te avise, porque Herodes va a buscar al niño para matarlo’. Así que se levantó cuando todavía era de noche, tomó al niño y a su madre, y partió para Egipto” (Mat. 2:13, 14, NVI).
Pero más allá de los puestos de avanzada orientales del Imperio, otro poder, el de los partos, había estado esperando cualquier oportunidad de intervenir en los asuntos del territorio imperial. Entonces Antígono, el aspirante al trono de la antigua dinastía hasmonea, les brindó la oportunidad. Si los partos le aseguraban el trono, les daría mil talentos y quinientas mujeres de buena familia.
Las fuerzas partas arrasaron inmediatamente con cualquier resistencia. Los invasores ocuparon la capital y atraparon al rey (que luego ocupó un puesto menor) en el área del palacio. El comandante parto asignó diez funcionarios y doscientos soldados de caballería para mantenerlo vigilado. Su carrera y sus planes parecían irremediablemente perdidos. Pero, contra todo pronóstico, el rey logró escapar. Una noche oscura logró escabullirse hasta el valle del Tiropeón y salió por la Puerta del Estiércol. Él, su familia y algunos seguidores rezagados, partieron al sur a través del desierto y valles estrechos y secos. Mientras cabalgaba, la depresión lo golpeó y, aunque continuaba con vida, algo parecía estar muriendo dentro de él en su huida por el desierto.
Un accidente acabó con el silencio de la noche, y de inmediato un caballo relinchó de dolor y terror. Se había volcado uno de los carros, que iba demasiado cargado. “¡Es el carro de su madre, señor!”, corrió a decirle un sirviente. La noticia lo hizo estremecer y tambalear en su silla de montar. Era demasiado. No podía soportar nada más. Con manos temblorosas desenvainó su espada. Había luchado demasiado, arriesgado demasiado, para que todo terminara allí.
El metal de la espada estaba helado por el frío nocturno. Todo estaba perdido. Su mente entumecida solo podía pensar en una salida, así que se dispuso a hundir el arma en su corazón. Al percatarse de lo que pretendía hacer, sus asistentes lo detuvieron a la fuerza. “No puede dejarnos sin líder ahora, después de todo lo que hemos pasado con usted”, exclamó uno de ellos.
Continuará…
GW