“No habrá dolor”
“Enjugará Dios toda lágrima de los ojos de ellos; y ya no habrá más muerte, ni habrá más llanto ni clamor ni dolor, porque las primeras cosas ya pasaron” (Apocalipsis 21:4).
En 1992 Bob Rafsky, un activista de la lucha contra el sida, embistió con dureza a Bill Clinton, entonces candidato a la presidencia de los Estados Unidos. Un Rafsky visiblemente molesto preguntó: “Este es el centro de la epidemia del sida, ¿qué vas a hacer? ¿Vas a iniciar una guerra contra el sida? ¿Vas a seguir de largo e ignorarlo? ¿Vas a declarar la guerra contra el sida? ¿Vas a poner a alguien a cargo? ¿Vas a hacer más de lo que has hecho como gobernador de Arkansas? Estamos muriendo en este estado. ¿Qué vas a hacer con el sida?” Clinton comenzó a responder, pero Rafsky volvió a la carga con más preguntas. Entonces, quizás en el momento de mayor tensión, Clinton soltó una de las frases más populares de la política estadounidense: “Yo puedo sentir tu dolor”.⁵⁶
No debemos juzgar si Clinton lo sentía o si solo fue una frase cliché de un astuto político. Sin embargo, según un artículo publicado en la revista Psychology Today, un estudio realizado por la Universidad de Ciencias y Salud de Oregón sugiere que existe la posibilidad fisiológica de que realmente podamos sentir el dolor ajeno. Así que la frase “puedo sentir tu dolor”, podría ser una realidad tangible en nosotros.
De lo que sí podemos estar seguros es de que Cristo siente nuestro dolor. Describiendo la obra que realizaría el Señor, el profeta dijo: “Ciertamente llevó él nuestras enfermedades y sufrió nuestros dolores” (Isa. 53:4). El Señor puede mirarnos a los ojos, tomarnos de la mano y decirnos que empatiza con nuestro sufrimiento, que comprende nuestra aflicción. En medio de nuestras tragedias, nos dice: “Mi corazón se conmueve dentro de mí, se inflama toda mi compasión” (Ose. 11:8). “Se me conmueven las entrañas”, dice la Nueva Versión Internacional.
La compasión divina no se limita a sentir lástima por el dolor humano, sino que incluye un plan para erradicarlo. Y ese plan será una realidad definitiva cuando se cumpla esta promesa: “Enjugará Dios toda lágrima de los ojos de ellos; y ya no habrá más muerte, ni habrá más llanto ni clamor ni dolor, porque las primeras cosas pasaron” (Apoc. 21:4). Jesús no solo siente nuestro dolor, sino que también lo solucionará para siempre.
56 “The 1992 Campaign: Verbatim; Heckler Stirs Clinton Anger: Excerpts From the Exchange”, The New York Times (nytimes.com, 28 de marzo de 1992), sección 1, p. 9.