Hablando se entiende la gente: conversaciones a la mesa
“No digan malas palabras, sino solo palabras buenas que edifiquen la comunidad y traigan beneficios a quienes las escuchen” (Efe. 4:29).
Todos estamos asombrados de la forma vertiginosa y extraordinaria en que se desarrollan los medios de comunicación. Con un simple clic podemos estar en contacto con personas muy lejanas. Y apretando el on del control del televisor podemos enterarnos en cosa de segundos de lo que está ocurriendo al otro lado del mundo. Podríamos afirmar que la comunicación fluye tan abundantemente, que a veces no alcanzamos a asimilar una noticia cuando ya han surgido otras muchas.
Hace algunos años, nos asombrábamos ante la funcionalidad del fax, que quedó obsoleto cuando Internet hizo su aparición. Los primeros teléfonos celulares eran solo eso: teléfonos. Hoy, son además inteligentes, con cámara fotográfica, pantalla de televisión, plataforma para enviar y recibir mensajes instantáneos… Son, en realidad, auténticas computadoras en miniatura. Me atrevo a decir que, en una familia de cinco miembros, por lo menos hay tres teléfonos celulares. Y qué diremos de las computadoras: sale un nuevo modelo hoy y mañana está obsoleto. Las hay de escritorio, portátiles, grandes, pequeñas y medianas, todas ellas equipadas con alta tecnología.
Por supuesto que las cámaras fotográficas de rollo son cosa del pasado. Lo nuevo, lo moderno, son las llamadas cámaras digitales que vienen con la más alta tecnología; y, por supuesto, la cámara del celular y de la tableta.
Lo triste es que la comunicación elemental se está quedando en el olvido. La conversación y las cartas escritas a mano parecen ser también cosa del pasado. Los carteros y las conversaciones a la mesa son apenas imágenes románticas que los más mayores guardamos en la memoria.
Amiga, hoy te hago una invitación para que vuelvas a sentarte a la mesa de la conversación; incentiva el diálogo diario con tus hijos, intercambien experiencias, sentimientos y emociones; asegúrate de que todos sean apreciados y consolados cuando sufren.
No hagamos de nuestro hogar un centro de tecnología avanzada donde todos se encierran en sus aparatos electrónicos. Hagamos de nuestro hogar un nido en el que todos sean escuchados y arropados de la frialdad de un mundo indiferente, que avanza en pro de sus conquistas científicas y da poca importancia a la conquista del afecto y el amor en la familia.
No me ha dejado entrar en ninguno de los dos grupos están llenos