Derribar muros
“En aquel tiempo ustedes […] vivían en este mundo sin Dios y sin esperanza. Pero ahora, en Cristo Jesús, ustedes, que en otro tiempo estaban lejos, han sido acercados por la sangre de Cristo. Porque él es nuestra paz. De dos pueblos hizo uno solo, al derribar la pared intermedia de separación” (Efesios 2:12-14, RVC).
Derribar muros de separación, construir puentes de acercamiento: ¿No fue esto, precisamente, lo que nuestro Señor logró con su muerte en la Cruz? Gracias a ese precioso sacrificio, escribe el apóstol Pablo, los que estaban lejos de las promesas del pacto fueron “acercados por la sangre de Cristo”; y, además, fue derrumbada “la pared intermedia” que separaba a judíos de gentiles. Resulta por demás interesante saber que en el Templo judío existía una “pared intermedia de separación”. Se trataba de una valla que separaba el atrio de los gentiles del atrio de los judíos. Esta “pared” marcaba límites que ningún pagano podía pasar sin arriesgar su vida en el intento. De hecho, una inscripción descubierta por arqueólogos en 1871 dice, literalmente: “No entre ningún extranjero dentro de la barrera y del muro circundante que rodea el templo. Cualquiera que sea aprendido [dentro], será responsable de su propia muerte”. Pablo lo sabía muy bien, pues él mismo había sido acusado por judíos de Asia de haber introducido a unos griegos al área prohibida del Templo (ver Hech. 21:28-30).
La buena noticia que nos trae nuestro texto de hoy es que, con su muerte en la Cruz, Cristo derribó esa pared intermedia y todas las demás “paredes” que separan a la humanidad. Por eso Pablo escribe: “Ya no hay judío ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay hombre ni mujer, porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús” (Gál. 3:28). En otras palabras, “la pared intermedia” ha sido derribada, y ahora todos, judíos y gentiles, somos herederos de las promesas hechas por Dios a Abraham.
¿Existe en tu vida alguna pared que te separe de tu hermano o hermana en Cristo? Si es así, este es un buen día para comenzar a derrumbar las paredes que nos dividen, debido a nuestras diferencias de raza, color, clase social o ideología. Como bien lo dice John M. Fowler, dondequiera “existan discriminaciones hacia una persona o grupo; [dondequiera] haya exclusiones de la amistad y el compañerismo, o se prohíba participar del gozo que Cristo ha traído, allí hay una pared. Esa pared debe ser derribada. Esta es la plegaria de la Cruz” (Efesios: Elegidos en él, p. 64).
Gracias, Jesús, porque con tu sangre has derribado las barreras que me separaban de ti. Capacítame hoy para derribar las paredes que me separan de mi prójimo.