Buenas nuevas para todos, ¡sin excepción!
“El ángel les dijo: ‘No temáis, porque yo os doy nuevas de gran gozo, que será para todo el pueblo: que os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un Salvador, que es Cristo el Señor’ ” (Lucas 2:10, 11).
Una de las cosas que más me gustan del evangelio de Jesucristo es que trajo buenas noticias para todas las personas, sin excepción. Si leemos con atención nuestro texto para hoy, eso fue exactamente lo que el ángel anunció a los pastores: “Nuevas de gran gozo, para todo el pueblo”. Ricos y pobres, libres y esclavos, judíos y griegos, hombres y mujeres: nadie sería excluido de las bendiciones que traería el Mesías.
A nosotros, que vivimos en el siglo XXI, nos resulta difícil captar todo lo que esto significaba para quienes se encontraban en los niveles más bajos de la escala social de la Palestina del tiempo de Cristo; por ejemplo, los esclavos, las mujeres y los pobres.
¿Cuál era el mayor sufrimiento de los pobres? Según Albert Nolan, la vergüenza. “Los que eran verdaderamente pobres –escribe Nolan– dependían totalmente de la misericordia de otros. En el Oriente, más que en el Occidente, esta es una terrible humillación” (Jesus before Christianity, p. 29).
De acuerdo con esta información, ¿qué lugar en la escala social ocuparía, por ejemplo, una mujer pobre? Uno muy bajo. ¿Y una mujer que, además de pobre, padeciera una enfermedad que la convertía en impura? ¿Podemos imaginar su vergüenza?
Mujer, pobre, impura. ¿De quién estamos hablando? De la mujer que tocó el manto de Jesús. Esta mujer “desde hacía doce años padecía de flujo de sangre, y había sufrido mucho a manos de muchos médicos, y había gastado todo lo que tenía y de nada le había servido, antes le iba peor” (Mar. 5:25, 26). Pero entonces oyó hablar de Jesús, se acercó a él a hurtadillas, tocó su manto y quedó sana de su azote (vers. 27-29).
Pero el milagro no terminó ahí. Cuando el Señor preguntó quién lo había tocado, y la mujer “temiendo y temblando […] le dijo toda la verdad”, él le respondió: “Hija, tu fe te ha salvado. Vete en paz y queda sana de tu enfermedad” (vers. 33, 34). No solo la sanó, ¡además la llamó “hija”! En otras palabras: ¡Adiós, enfermedad! ¡Adiós, vergüenza! ¡Ya no tienes que esconderte más!
Ahora dime: ¿No son estas buenas noticias? De hecho, ¿no es la mejor de las noticias?
Gracias, Padre celestial, porque el supremo regalo de tu Hijo y su encarnación nos trajo “nuevas de gran gozo” a todos, sin excepción.
Amén