El salitre del mar
“Él les secará toda lágrima de los ojos, y no habrá más muerte ni tristeza ni llanto ni dolor. Todas esas cosas ya no existirán más” (Apoc. 21:4, NTV).
¿Qué es lo primero que harás cuando llegues al cielo? ¿Abrazar a Jesús? ¿Buscar a los seres queridos que perdiste? ¿Y después de eso? ¿Te has puesto a pensar lo que será vivir en la Tierra Nueva? Meses atrás comencé a preguntarles esto a mis amigos, y recibí respuestas sorprendentes. Mi amigo Tino, que es ingeniero en computación, me dijo que quería descubrir de qué manera Dios almacena toda la información. A mí nunca se me hubiera ocurrido pensar en eso, pero a Tino esta pregunta le fascina. ¡Me imagino que Dios tendrá una nube con capacidad ilimitada! Otra amiga me dijo que quiere tener su propia manada de lobos, y yo quisiera poder entender el idioma de los animales. La escritora Joni Eareckson Tada, quien sufrió una fractura cervical que la dejó tetrapléjica, en su libro El cielo, dice que una de las grandes alegrías del cielo será recibir un cuerpo glorificado e inmortal: “Un día no habrá más abdómenes protuberantes ni cabezas calvas. No habrá várices ni patas de gallo. No habrá celulitis ni medias elásticas. Olvídese de muslos amplios y anchas caderas; un rápido salto por encima de la lápida y obtendrá el cuerpo que siempre soñó: excelente estado físico, terso y esbelto”.
Estoy convencida de que no dedicamos suficiente tiempo para pensar y hablar del cielo. Cuando mis hermanas y yo éramos niñas, el mejor momento del año para mi mamá era cuando nos íbamos de vacaciones a la costa. Ella comenzaba a empacar algunas cosas con semanas de anticipación, adelantándose a la aventura. Mi mamá tenía la mirada fija en el mar y casi podía oler el salitre, aunque estuviéramos sudando en la calurosa ciudad de Buenos Aires. Admito que cuando era chica me daba gracia su impaciencia; mamá a veces empacaba cosas que aún necesitábamos. Sin embargo, ahora la entiendo. Ella añoraba el mar, el sonido de las gaviotas, y el descanso con la familia. ¡Quiero añorar el cielo así!
Señor, ¡gracias por la esperanza del cielo! Empapa mi mente y mi imaginación con los colores, los sonidos y los aromas del cielo. Quiero vivir cada día añorando el Hogar.