Síndrome del impostor
“Dios contestó: Yo estaré contigo. Y esta es la señal para ti de que yo soy quien te envía: cuando hayas sacado de Egipto al pueblo, adorarán a Dios en este mismo monte” (Éxo. 3:12, NTV).
¿Habrá sido un error que me contrataran?, pensé. Durante mi primer año de trabajo para la Radio Adventista de Londres, esta duda me perseguía. Aunque la gente me decía cuánto disfrutaba de las entrevistas de mi programa de radio, yo creía que lo hacía solamente por ser amable. Estaba obsesionada con todos mis errores y absolutamente convencida de que otra persona haría un mejor trabajo. ¡Lo peor es que pensaba que mi actitud era humilde! Estoy segura de que como esposa, madre o profesional alguna vez te sentiste así, mientras que luchabas con el síndrome del impostor.
El “síndrome del impostor” te hace creer que tu trabajo, tus hijos, tu marido o tus amigas se merecen a alguien mejor que tú. Sin embargo, como este sentimiento no es humildad auténtica, sino baja autoestima enmascarada, en lugar de acercarnos a Cristo y motivarnos a mejorar, nos incita a rendirnos. Ya que no puedo hacerlo perfectamente, es mejor que lo haga otra, pensamos, con mentalidad derrotista. Moisés tuvo el mismo problema.
Mientras que pastoreaba en Madián, Dios le dio una misión extremadamente difícil: enfrentar a un rey tirano y pedirle que liberase a la mano de obra esclava (Éxo. 3). Para contextualizarlo, imagina que Dios te envía a enfrentar al comandante de una fuerza paramilitar para demandarle que libere a todos los niños soldados. ¿Lo harías?
Aterrado, Moisés comenzó a enumerar todas las razones por las cuales él no era el mejor candidato, e incluso le pidió a Dios que enviase otra persona. Lo que más me gusta de esta historia es cómo Dios responde. Dios no enumera los logros de Moisés, ni le dice que lo escogió por tener el mejor curriculum vitae. Dios simplemente dice: “Yo estaré contigo” (3:12, NTV).
Si Dios te llamó a ser madre, a un trabajo desafiante o a tolerar a una persona difícil de tratar, y no te sientes capaz, recuerda que no se trata de tus credenciales. Dios no nos llama por nuestras habilidades extraordinarias, sino para transformarnos en mujeres extraordinarias a través del llamado. Es probable que la misión que recibamos nos obligue a crecer justamente en el área que más crecimiento necesita. A lo que sea que Dios te llame, la verdadera credencial que necesitas es que él te diga: “¡Yo estaré contigo!”
Señor, no se trata de mí, ni de mis credenciales, sino de tu llamado y tu poder. No quiero permitir que el miedo y la inseguridad me impidan avanzar. A donde tú me llames, yo iré. Si estás conmigo, no tengo nada que temer.
No me dejes nunca mi Señor, siento miedo si no estás!