“Padre nuestro…”
“Vosotros, pues, oraréis así: ‘Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre’” (Mateo 6:9).
Dicen las Escrituras que un día Jesús estaba orando en cierto lugar cuando llegaron sus discípulos. Al parecer, escucharon al menos parte de la oración, porque uno de ellos le dijo: “Señor, enséñanos a orar” (Luc. 11:1). Acto seguido, Jesús repitió el Padrenuestro.
¿Cuál fue la intención del Señor al darnos la oración modelo? ¿Dejarnos una “fórmula”, para repetir por los siglos sin fin? La respuesta es un contundente no. Basta leer los versículos que siguen en la versión que Lucas da del Padrenuestro para saber qué se proponía el Señor: “¿Qué padre de vosotros, preguntó Jesús, si su hijo le pide pan, le dará una piedra? ¿O si le pide pescado, en lugar de pescado le dará una serpiente? ¿O si le pide un huevo, le dará un escorpión?” (Luc. 11:11, 12).
Claramente, su intención fue comunicarnos la solemne verdad de que somos hijos de un Padre celestial cuyo corazón palpita de gozo cada vez que nos acercamos a él; un Padre cuyo amor no tenemos que ganarnos, porque él ya nos ama.
¿Qué nos recuerda la oración modelo, cuando la repetimos? Según William Barclay, cuando oramos: “Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre. Venga tu Reino…”, estamos reconociendo que el Rey que gobierna en todo el universo es también nuestro Padre celestial; y que, por ser nuestro Padre y Rey, le debemos respeto y obediencia. Cuando decimos: “El pan nuestro de cada día, dánoslo hoy”, estamos pidiendo que, como nuestro Padre que es, supla nuestras necesidades físicas del presente. Al orar: “Perdónanos nuestras deudas”, estamos admitiendo que solo él puede borrar nuestras faltas; es decir, nuestro pecaminoso pasado. Y, finalmente, cuando pedimos: “No nos metas en tentación, sino líbranos del mal”, estamos, de manera implícita, colocando nuestro futuro en sus manos (Ver The Plain Man Looks at the Lord’s Prayer, p. 30).
No, no es una “fórmula” para memorizar lo que Jesús nos dejó en el Padrenuestro. Es una manera poderosa de indicarnos que nada tenemos que temer porque nuestra vida está en las manos de nuestro amante Padre celestial.
¿Se puede pedir más? El Dios infinito, Creador de los cielos y la Tierra, es nuestro Padre celestial. ¡Esto es más de lo que creíamos merecer! ¡Más de lo que alguna vez pudimos imaginar!
Gracias, Rey de los cielos y de la tierra, porque eres mi Padre celestial. Confiadamente, en tus manos coloco mi presente, mi pasado y mi futuro; de hecho, mi vida entera. ¿Quién mejor que tú podrá cuidar de mí?
Muy buena, estaría bueno que todos los días lo subieran. Bendiciones