Absalón – parte 3
“Joab, hijo de Sarvia, sabía que el rey echaba mucho de menos a Absalón, así que mandó traer de Tecoa a una mujer muy astuta que allí vivía” (2 Sam. 14:1, 2).
“¡El drama es el lazo en que atraparé la conciencia del rey!”, escribió Shakespeare en Hamlet.
Uno de sus hijos estaba muerto y el otro había huido, y David estaba paralizado. La culpa por sus pecados pasados regresaba nuevamente a cobrar lo suyo. No había hecho justicia con Amnón por violar a su hermana, y ahora Amnón estaba muerto. David había perdido a sus dos hijos mayores. Amaba y extrañaba a Absalón, pero no era sensato permitirle regresar del exilio después de cometer semejante crimen. Ni Absalón ni los súbditos del rey David podían pensar que un crimen como aquel podía pasarse por alto.
Entonces, un día apareció una mujer ante el rey. Parecía demacrada y vestida de luto. “¡Ayúdame, oh rey!”, exclamó, inclinando su rostro hasta el suelo delante de él. David se inclinó hacia delante en su trono. “¿Qué te preocupa?”
La mujer levantó la vista. “Soy viuda, mi marido ha muerto, y dos hijos que tenía esta servidora de su majestad tuvieron una pelea en el campo; y como no hubo quien los separara, uno de ellos hirió al otro y lo mató. Y ahora todos mis parientes se han puesto en contra mía y quieren que yo les entregue al que mató a su hermano, para vengar la muerte del que fue asesinado y al mismo tiempo quitar de en medio al único heredero” (2 Sam. 14:5-7). La mujer se limpió las lágrimas. “Así van a apagar la única brasa que me ha quedado, y van a dejar a mi marido sin ningún descendiente que lleve su nombre en la tierra”, insistió.
El corazón de David se conmovió y se comprometió a usar su autoridad real para resolver el problema. Pero la mujer protestó. “Mi rey y señor, si alguien ha de cargar con la culpa, que seamos yo y mi familia paterna, pero no su majestad ni su gobierno” (vers. 9). David respondió: “Al que te amenace, tráemelo, y no volverá a molestarte más”. La mujer insistió, diciendo: “¡Ruego a su majestad que invoque al Señor su Dios, para que el pariente que quiera vengar la muerte de mi hijo no aumente la destrucción matando a mi otro hijo!” El rey aseguró: “¡Te juro por el Señor que no caerá al suelo ni un pelo de la cabeza de tu hijo!” (vers. 11).
Continuará…