Comandante en jefe del Sur
“Hay camino que al hombre le parece derecho, pero es camino que lleva a la muerte” (Proverbios 14:12, RVR 95).
El general Robert E. Lee, oriundo de Virginia, Estados Unidos, es considerado uno de los mejores generales del ejército en la historia de ese país. En este día de 1865, se convirtió en el comandante en jefe del ejército confederado durante la Guerra Civil estadounidense. Luchó en batallas como la de Gettysburg y la de Bull Run, las cuales, junto con otras, perdurarán en la historia por la terrible cantidad de hombres que murieron en ellas. En esta guerra, murieron más soldados estadounidenses que en ninguna otra guerra de la historia del país. Pero no fue solo la pérdida de vidas lo que hizo que esta contienda fuera tan trágica. También fue la dolorosa división que trajo a la nación y a las familias. No era raro que las lealtades estuvieran divididas entre los miembros de una familia: algunos a favor del Norte, otros a favor del Sur; a veces, un joven vestía el uniforme azul y su hermano se ponía el uniforme gris. “Es bueno que la guerra sea tan terrible, o nos aficionaríamos demasiado a ella”, dijo Lee en la batalla de Fredericksburg. Apenas unos meses después de ser nombrado comandante en jefe, rindió su mando el 9 de abril de 1865, cuando el conflicto se desvanecía.
Aunque Lee luchó en muchas batallas terribles, y se dice que sacrificó muchas vidas con su particular estrategia de guerra, también tenía un lado más noble. Cuando se le pidió que eligiera su bando en la guerra, tomó una decisión firme e inquebrantable. Y debió de necesitar mucha determinación para mantenerse en ese curso, pues sabía que el resultado podría ser la pérdida de su hogar a manos del enemigo. Algo que, efectivamente, ocurrió: su casa se convirtió en el cuartel general del Ejército de la Unión, y en un hospital y cementerio para soldados.
Lee sintió que estaba haciendo lo correcto al elegir luchar a favor de su estado. Hoy vemos claramente el verdadero significado y las consecuencias de la Guerra de Secesión, asuntos que quizá no eran tan obvios para aquellos involucrados en el conflicto. Los hombres y mujeres de ambos bandos lucharon con valentía por lo que creían correcto, por su versión de la verdad. Cuando el último mosquete disparó y la última espada ensangrentada se clavó en el pecho de otro soldado, más de seiscientos mil corazones habían dejado de latir por la diferencia de opiniones sobre lo que era correcto.
Y sobre los silenciosos campos de batalla sembrados de cuerpos sin vida, se cumplió la Escritura: “Hay un camino que al hombre le parece derecho, pero es camino que lleva a la muerte”.