“Con regocijo segarán”
“Los que sembraron con lágrimas, con regocijo segarán” (Salmo 126:5).
El Salmo 56 es la oración de una persona que ha sido acusada falsamente por sus enemigos, y fue escrita con la expresa intención de que se leyera en una asamblea pública. En el versículo 6 afirma que sus detractores “se reúnen, se esconden, miran atentamente mis pasos, como quienes acechan mi alma”. El Salmo inicia con un sobrescrito que menciona a una “paloma silenciosa en paraje muy distante”; así se sentía David. “Cual ave errante lejos de su nido es el hombre errante lejos de su hogar”, dice Proverbios 27:8. ¡Y eso era él, un hombre cansado de huir!
Es en esa circunstancia que hace esta maravillosa declaración: “Mis huidas tú has contado; pon mis lágrimas en tu redoma; ¿no están ellas en tu libro?” (Sal. 56:8). David no esconde su desesperación, no reprime sus lágrimas, reconoce que la soledad lo ha herido. Entre los judíos circulaba un dicho que decía que hay tres clases de oraciones: “Orar, clamar y llorar”. Orar es un acto silencioso; clamar incluye orar en voz alta; sin embargo, cuando se llora, se ora y se clama a la vez; y es que llorar “vence todas las cosas, porque no hay puertas por donde las lágrimas no pasen”.⁶⁶ En realidad, las lágrimas de David eran oraciones. En el Salmo 39:12, mediante un hermoso paralelismo sinónimo, se equiparan las lágrimas y la oración: “Oye mi oración, Jehová, y escucha mi clamor. No calles ante mis lágrimas”.
En la antigüedad, los pastores solían llevar unos recipientes de piel en los que guardaban agua, vino o leche, a fin de satisfacer su sed. Esos recipientes contenían un líquido precioso y valioso. En el Salmo 56, versículo 8, el salmista recurre a esa metáfora, y afirma que el líquido precioso que llena las vasijas del cielo son sus lágrimas, sus oraciones. La imagen se repite en Apocalipsis 5:8 cuando dice que los seres celestiales llevan “copas de oro llenas de incienso, que son las oraciones de los santos”.
Todos tenemos luchas, conflictos, situaciones que nos hacen llorar; pero todos tenemos también la oportunidad de hacer de cada lágrima una plegaria que atraviese el universo y llegue hasta el trono de nuestro Creador. Si lo hacemos, Dios cumplirá su promesa: “Los que sembraron con lágrimas, con regocijo segarán” (Sal. 126:5).
66 C. Hassell Bullock, Psalms 1-72, Teach the Text Commentary Series (Grand Rapids, Míchigan: Baker Books, 2015), p. 431.
Sin duda todos los seres humanos pasamos situaciones difíciles, pero que bueno es saber que contamos con un Dios amoroso y que nos ayuda en nuestros peores momentos. Por eso va mi agradecimiento por tantas bendiciones que me brinda.
Amen