Leer tu mente
“No des falso testimonio contra tu prójimo” (Éxo. 20:16, NTV).
En la comedia romántica “Lo que ellas quieren”, Nick Marshall (Mel Gibson) recibe el don de oír los pensamientos de las mujeres. Su vida y sus actitudes, especialmente para con las mujeres, cambian dramáticamente cuando Nick comienza a comprender las emociones femeninas. ¡Admito que me gustaría tener este poder! Si pudiera leer las mentes de los demás, nadie podría engañarme y la comunicación sería más sencilla… al menos, hasta cierto punto. Aunque no tengo este poder, la verdad es que muchas veces actúo de la misma manera: como si pudiera leer los pensamientos y las intenciones de los demás.
Cuando pretendemos que leemos las mentes de los demás, muchas veces terminamos ignorando el noveno Mandamiento. “Cada vez que supongo algo de una persona que me ha herido o defraudado, sin confirmarlo, creo una mentira acerca de esta persona en mi mente”, escribe el pastor estadounidense Pete Scazzero, en Espiritualidad emocionalmente sana. “Esta suposición tergiversa la realidad.
Como no lo he verificado con la otra persona, es muy probable que esté creyendo algo falso. También es probable que comparta esa falsa suposición con los demás”, añade. Cuando asumimos lo peor y atribuimos a alguien las peores intenciones, sin corroborar los hechos, nos estamos engañando. Como nuestros pensamientos guían nuestras acciones, vamos a actuar de acuerdo con las suposiciones que tenemos (sean ciertas o no).
No se trata de que nos convirtamos en Anas de la pradera y que creamos que todo el mundo es piadoso y perfecto (Mat. 10:16). Lo que sí hace falta es desarrollar nuestra inteligencia e integridad emocionales. En vez de suponer: No le importa lo que necesito o Me está ignorando a propósito, debemos aprender a comunicar nuestras necesidades con valentía y respeto. Debemos aprender a decir frases como: “Hoy me gustaría que pasáramos quince o veinte minutos charlando, sin el televisor ni los teléfonos celulares encendidos”. No podemos leer la mente de los demás, ¡pero ellos tampoco pueden leer la nuestra! A veces suponemos lo peor de alguien, simplemente porque no se anticipó a nuestras necesidades. Practiquemos hoy la humildad de admitir lo que necesitamos y cotejar nuestras interpretaciones.
Señor, yo no puedo leer los pensamientos ni las intenciones de los demás. Renuncio a las conclusiones precipitadas y a la cobardía de ocultarme detrás de suposiciones. Enséñame a comunicarme con valentía y respeto. Amén.
Amén