Música de sexta clase
“¡Cuán bueno, Señor, es darte gracias y entonar, oh Altísimo, salmos a tu nombre; proclamar tu gran amor por la mañana, y tu fidelidad por la noche” (Sal. 92:1, 2, NVI).
El escritor, crítico y académico británico C. S. Lewis se hizo famoso, entre otras obras, por Las crónicas de Narnia y sus ensayos apologéticos sobre el cristianismo. Gran parte de su juventud fue ateo, pero a los treinta años se convirtió al cristianismo. Era muy amigo de R. R. Tolkien, autor de El señor de los anillos, y fue en parte gracias a él que se convirtió. Es muy interesante leer las historias de conversión de personas adultas e influyentes. Te invito hoy a buscar algunas de estas historias. Te maravillarás al ver las extraordinarias formas que Dios tiene de encontrarse con estas personas y transformarlas a pesar de sus diferentes contextos e ideales. C. S. Lewis, quizá con un discurso un tanto parecido al de Saulo de Tarso, dijo: “Aquel a quien yo le había temido, finalmente me alcanzó… admití que Dios era Dios, y me arrodillé y oré”. La esposa de Lewis, Helen Joy Gresham, también tuvo una experiencia religiosa siendo adulta y dijo: “Todas mis defensas –las murallas de arrogancia, certidumbre y egoísmo que habían ocultado a Dios– se derrumbaron… y entró Dios”.
C. S. Lewis, en cierta ocasión, contó que al comenzar a ir a la iglesia no le gustaban los himnos. Para él eran poemas de quinta clase con música de sexta clase. Es cierto que, al analizar musicalmente la estructura de los himnos, nos damos cuenta de que es bastante sencilla en realidad. Sin embargo, notamos, como él también notó, que más allá de la estructura, se cantan con devoción y nos conmueven por sus mensajes y la forma en que nos identificamos con las vivencias y la adoración en ellos descritas.
Quizá te ha pasado lo que le pasó a este famoso hombre: crees que los himnos a veces son aburridos o simples. Pero el secreto radica en la disposición del corazón, en la disposición a alabar juntos y compartir ese momento de camaradería centrados en un mismo Dios.
¿Tienes también una historia de conversión para contar? Aquí no vale decir que “nacimos en la iglesia”. ¿Cuándo te encontraste realmente con Dios?