Jerry Rice, campeón deportivo
“Todo lo que te venga a mano para hacer, hazlo segúntus fuerzas” (Eclesiastés 9:10, RVR 95).
En este día de la historia, el 6 de diciembre de 1992, Jerry Rice, jugador de los 49ers de San Francisco, se convirtió en una leyenda del fútbol americano al atrapar su pase de touchdown número 101. Con esa captura, rompió el récord de la NFL de Steve Largent de más anotaciones por un receptor abierto. Dos años después, batió el récord total de touchdowns de Jim Brown (127). ¿No es mucho? Probablemente tengas razón. Pero, lo más importante es que llegó a hacer un total de 208 touchdowns antes de retirarse de la liga. El jugador actual más cercano a ese récord es Adrian Peterson, con solo 124 touchdowns.
Rice también batió los récords de recepciones en su carrera (1.549), de touchdowns en un partido (5), de partidos con más de 100 yardas (76), de temporadas consecutivas de 1.000 yardas (14) y de visitas consecutivas a la Pro Bowl (10). Probablemente, nadie superará nunca su serie de récords. En cuanto a su impresionante carrera, los carteles populares enumeran sus estadísticas y, luego, añaden el comentario: “Pero ¿quién está llevando la cuenta?”
Una característica destacada que, desde el principio, diferenció a Rice de otros jugadores fue su costumbre de presentarse en el vestuario al menos dos horas antes que cualquier otro miembro de su equipo. Su ropa tenía que quedarle bien y lucir bien, y su juego mental tenía que estar preparado.
Jerry Rice se graduó de la Universidad Valley State de Misisipi y pronto se convirtió en un receptor estrella de los 49ers. Los 49ers de San Francisco pasaron a dominar la liga de fútbol profesional a finales de la década de 1980 y principios de la década de 1990. Ayudó a los 49ers a ganar cuatro Super Bowls junto a las estrellas de la NFL Joe Montana y Steve Young.
Hoy se nos pide que seamos campeones para Dios. Muchos de los que nos han precedido han dado su vida al servicio de Dios sin esperar a cambio nada más que la aprobación de Dios. No recibieron premios por sus logros deportivos, ni contratos de discos de platino, ni la mayor cantidad de dólares en la taquilla de cine.
De hecho, la mayoría de ellos ni siquiera alcanzaron un récord de almas ganadas o de países visitados por Dios como misioneros. Pero, se entregaron voluntariamente para llevar el evangelio a todo el mundo, y lo hicieron con toda su energía y celo. Esos son campeones que todos nosotros debemos admirar.