“El Señor me dio lengua de sabios”
“Jehová el Señor me dio lengua de sabios, para saber hablar palabras al cansado; despertará mañana tras mañana, despertará mi oído para que escuche como los sabios” (Isaías 50:4).
Plutarco, el biógrafo y moralista griego, atribuye a Demócrito esta impactante declaración: “La palabra es la sombra de la acción”.⁴⁴ A renglón seguido, Plutarco aborda la necesidad de hablar con cortesía y afabilidad, y de no permitir que nuestras palabras nos den una victoria cadmea; es decir, la victoria que hace más mal que bien, puesto que causa la ruina del vencedor. En otras palabras, si tras el uso de un tono inadecuado y una argumentación soez hemos “ganado” una discusión, entonces habremos perdido la oportunidad de sintonizar las palabras con las acciones que engalanan la conducta de un hijo de Dios.
Como esto no es nada sencillo, Plutarco nos recomienda enseñar a nuestros hijos a “refrenar la lengua”. Muchos años antes que Plutarco, el salmista decía: “Guardaré mi boca con freno” (Sal. 39:1). Y el apóstol Santiago agrega: “Si alguno cree ser religioso, pero no sabe poner freno a su lengua, se engaña a sí mismo y su religión no sirve de nada” (Sant. 1:26, DHH).
La religión, la espiritualidad o ser cristiano está estrechamente vinculado a nuestra capacidad de ponerle freno a nuestra irrefrenable lengua. Las palabras constituyen el vehículo del pensamiento, y revelan si lo que hay en nosotros es vida o es muerte. La relación de la vida cristiana y la lengua es tan estrecha que Santiago dice que si alguien logra refrenar su lengua, entonces “es una persona perfecta” (Sant. 3:2). ¿Podemos considerarnos personas perfectas?
Admito que soy de los que cada día libran una batalla para tratar de conciliar mi fe con lo que digo. Y ante mi completa incapacidad, anhelo que llegue el día cuando pueda tener la misma experiencia que tuvo el profeta Isaías y decir: “Jehová el Señor me dio lengua de sabios, para saber hablar palabras al cansado; despertará mañana tras mañana, despertará mi oído para que escuche como los sabios” (Isa. 50:4).
El Señor que le dio a Isaías “lengua de sabios” también nos la dará a cada uno de nosotros si, entendiendo que tenemos esta necesidad, le pedimos ayuda y nos dejamos ayudar por él, con humildad. Cuando tengamos una “lengua de sabios”, nuestras palabras no derrotarán a nadie, sino que edificarán e infundirán aliento.
44 Plutarco, “Sobre la educación de los hijos”, Obras morales y de costumbres (Madrid: Gredos, 1992), vol. I, p. 69.
De la abundancia del corazón habla la boca. Debemos llenar nuestra mente día con día de las cosas de Dios para que de alguna forma estemos repletos de buenos pensamientos y anular así lo que pudiera generar los malos. Y así solo hablar de lo mucho que hay en nuestra mente y corazón… de Dios y lo espiritual