La avaricia del oro
“Pues el amor al dinero es la raíz de toda clase de mal; y algunas personas, en su intenso deseo por el dinero, se han desviado de la fe verdadera y se han causado muchas heridasdolorosas” (1 Timoteo 6:10, NTV).
¿Has tenido alguna vez mil dólares en tus manos? ¿Diez mil dólares? Probablemente no; sin embargo, el dinero es una parte importante de nuestra cultura hoy en día y parece que pensamos que, cuanto más tengamos, más felices seremos. Pero simplemente, no es así, y aquí hay una historia que lo demuestra. Hernán Cortés, un español que abandonó la escuela de derecho, estaba a la caza de oro. Había oído toda clase de historias fantásticas sobre el oro en el Nuevo Mundo y quería conseguir todo lo que pudiera. En 1504, el conquistador llegó al Nuevo Mundo y ocupó Santo Domingo. En 1511, fue a Cuba. En 1518, zarpó hacia el oeste, hacia la península de México, con 600 hombres, 16 caballos y algunos cañones; viajaron en 11 barcos. Los nativos no podían más que admirar la armadura y las armas de los soldados; y sobre todo, los caballos, animales que nunca habían visto.
Cortés había oído hablar de los aztecas, un pueblo feroz y guerrero que vivía en lo que hoy es el oeste de México, y se decía que tenían oro. Mucho. Cortés estaba tan loco por el oro que decidió, en una jugada brillante, quemar sus barcos para que sus soldados no lo abandonaran. Después de caminar a través de selvas densas y cruzar las montañas de la Sierra Madre, Cortés y sus hombres, finalmente, fueron recibidos por los embajadores de Moctezuma. Con la esperanza de Cortés que los dejara en paz y no entrara en la capital, Tenochtitlán, lo agasajaron con costosos obsequios. Pero los ojos de Cortés solo brillaban de codicia al ver que algunos regalos eran de oro y, el 8 de noviembre de 1519, Cortés y sus hombres entraron en la capital azteca.
Fieles a todas las historias que habían escuchado, los aztecas tenían grandes riquezas. Cortés tomó a Moctezuma como rehén y obligó a los aztecas a pagar un enorme rescate, casi ocho toneladas de oro. Siguió una guerra brutal, y ese fue el principio del fin de los aztecas. En dos años, el imperio estaba en ruinas. Es increíble cómo un hombre con un grupo de soldados y mercenarios pudo lograr esto, pero lo hizo, y es una historia increíble para los libros de historia.
Al final, Cortés murió como un hombre rico, pero amargado. Cuando volvió a México después de algunos años en la corte real en España, se enfermó de disentería y, finalmente, murió de pleuresía a los 62 años. Pablo tenía razón. El amor al dinero solo trae el mal y los que lo ansían generan problemas e infelicidad.