“El Buen Samaritano de Port Hope”
“En el mundo tendréis aflicción, pero confiad, yo he vencido al mundo” (Juan 16:33).
En Port Hope, Ontario, no había dudas acerca de la clase de persona que era Joseph Scriven. Era escena común ver a Joseph caminar por las calles del pueblo cargando su sierra y su borriquete, listo para ayudar a quien lo necesitara.
Se cuenta, por ejemplo, que un día un hombre adinerado lo vio y le comentó a un amigo:
–Se ve que ese hombre es una buena persona. Lo voy a contratar para que me corte madera.
–Él no va a trabajar para ti –respondió el amigo–. Cortará madera para los que no tienen cómo pagar.
Joseph Scriven nació, en Dublín, Irlanda, en el seno de una familia de buenos recursos. Tenía una buena educación y, materialmente, no le faltaba nada. Entonces lo golpeó la tragedia: su novia murió ahogada justo la noche anterior al día de su boda.
Después de esta dolorosa experiencia, Joseph partió para Port Hope donde, según escribe Kenneth W. Osbeck, adoptó un estilo de vida diferente: compartía sus bienes y su ropa con los pobres, ayudaba a las viudas y a los enfermos, y siempre estaba listo para ayudar al necesitado. Su obra humanitaria le ganó el calificativo de “el Buen Samaritano de Port Hope” (101 Hymn Stories, p. 276). Todavía estando en Canadá, Joseph se enamoró de una joven de nombre Elisa Roche. Ya la pareja había contemplado matrimonio cuando, repentinamente, Elisa enfermó de neumonía y, poco después, falleció. De nuevo, la tragedia lo había golpeado.
¿Qué lo mantuvo sirviendo a su prójimo a pesar de sus tragedias personales? La razón la encontramos en un hecho que se produjo cuando, desde Irlanda, su madre le escribió para decirle que estaba gravemente enferma. Como no podía viajar, Joseph le escribió una carta de ánimo y la acompañó con un poema que decía: “¡Oh, qué amigo nos es Cristo! / Él sintió nuestra aflicción / y nos manda que llevemos / todo a Dios en oración”.
Cuando a Joseph Scriven lo golpeaba la tragedia, él llevaba sus pesares a Cristo en oración. Cuando sentía que sus cargas eran muy pesadas, las traía a Cristo en oración. Cuando sus amigos lo traicionaban, buscaba la compañía de su mejor Amigo en oración. ¡Ese era su secreto!
Si ahora mismo estás sufriendo bajo el peso de la aflicción, “dilo a Dios en oración”, y confía plenamente que “en sus brazos cariñosos, paz tendrá tu corazón”.
Amado Jesús, gracias por ser un Amigo fiel; y gracias porque puedo llevarte todo en oración: mis pesares, mis dudas, mi aflicción; con la seguridad de que me escucharás y me responderás.
Hermosa historia esta y hermoso el himno porque nos anima llevar todos nuestros problemas y nuestras angustias al Señor en oración con la seguridad que El nos escucha y nos responde.