¡Anímate!
“Yo les he dicho estas cosas para que en mí hallen paz. En este mundo afrontarán aflicciones, pero ¡anímense! Yo he vencido al mundo” (Juan 16:33, NVI).
En cuestión de solo horas, Jesús enfrentaría la agonía del Getsemaní; y, en rápida sucesión, sería arrestado, juzgado, condenado y crucificado. ¿Y él dice que ha vencido al mundo? ¿Además les dice a sus discípulos: “¡Anímense!”? Para darle sentido a estas aparentes contradicciones, hemos de leer la declaración precedente. Ahí el Señor dice: “Miren que la hora viene, y ya está aquí, en que ustedes serán dispersados, y cada uno se irá a su propia casa y a mí me dejarán solo. Sin embargo, solo no estoy, porque el Padre está conmigo” (Juan 16:32, NVI).
En estas palabras, el Señor deja en claro dos realidades. Una, que los acontecimientos que se aproximaban –Getsemaní, arresto, juicio, etc.– no lo tomarían por sorpresa. La otra, que aunque sus discípulos lo dejarían, nunca estaría solo porque el Padre no lo abandonaría. ¡Con razón pudo declararse vencedor incluso antes de que llegara la hora de su prueba! Y con razón pudo, además, decir a sus discípulos: ¡Anímense! Pero todavía hay otro detalle interesante. El sentido de la declaración “he vencido”, no se refiere a una victoria única en el pasado, sino a una victoria continua y permanente.
Entonces, ¿cómo puede ser nuestra la victoria de Cristo? El punto lo explica bien Alexander MacLaren, cuando escribe que en Juan 16:33 Jesús está contrastando dos esferas en las que el cristiano se mueve cada día. Una, la del mundo, donde afrontaremos aflicciones; la otra, la del Señor, donde hallaremos paz. No podemos, por nuestras fuerzas, vencer al mundo, ¡en cambio, sí podemos tener la paz de Cristo! ¿Cómo lograrlo? Colocando diariamente nuestra confianza en él (Victory in Failure, p. 10). Leamos: “Porque todo lo que es nacido de Dios vence al mundo; y esta es la victoria que ha vencido al mundo, nuestra fe. ¿Quién es el que vence al mundo, sino el que cree que Jesús es el Hijo de Dios?” (1 Juan 5:4).
Confiar en Cristo –añade MacLaren– significa que hemos de mirarlo, no simplemente como un ejemplo a imitar, sino como un poderoso Redentor que venció a Satanás, al mundo y a la muerte; y que ahora vive para siempre. Cuando nos apoyemos así en él, entonces su victoria será también nuestra victoria.
Amado Padre celestial, gracias porque en ti hay poder suficiente para resistir el mal, “un poder que ni la tierra, ni la muerte […] pueden dominar”; un poder que me capacitará para vencer como Cristo venció (El Deseado de todas las gentes, p. 634).
Hola, cómo están, me causo extrañesa que al final de la lectura de la matutina del día 19 del mes en curso no había cómo de costumbre una oración de reflexión.