Cruzar la calle
“Todo lo que hicieron por uno de mis hermanos más pequeños, por mí lo hicieron” (Mateo 25:40).
Cruzar la calle. O cruzar el salón. En opinión de Bill Hybels, esto es todo lo que a veces se requiere para que una persona reciba el mayor regalo que alguna vez se le pueda ofrecer: conocer al Dios que también estuvo dispuesto a “cruzar” la distancia entre el cielo y la tierra con tal de salvarla (Just Walk Across the Room, p. 29).
Muchas veces son los actos más sencillos y “ordinarios” los que más enaltecen el nombre de Dios. Y a menudo, basta con “cruzar la calle”, o “cruzar el salón”, para realizarlos, tal como lo ilustra el siguiente relato.
Cuenta el pastor Chad Stuart que la noche de su conversión, cuando llegó al programa de recepción de sábado, este ya había comenzado; así que se sentó en la parte de atrás. Al poco rato, el capellán de la institución anunció que celebrarían el rito de humildad. Apenas Chad escuchó esas palabras, se paró para esfumarse, pero alguien lo agarró por el brazo.
–Chad, ¿puedo lavarte los pies?
A Chad no le gustaba participar en el rito de humildad. Para colmo, lo invitaba un estudiante que no era de su agrado. Sorpresivamente, Chad aceptó, sin imaginar que una sorpresa mayor venía en camino. Y es que apenas el compañero de estudios terminó de lavarle los pies, el capellán hizo un llamado para aceptar a Cristo.
“Cuando decidí cruzar la calle para ir a la iglesia –contó Chad–, no tenía idea de que todo esto iba a suceder. Así como quedé sorprendido al decir ‘sí’ al lavatorio de pies, igualmente quedé asombrado al colocarme de pie cuando el capellán preguntó quién quería decir: ‘Jesús, te entrego mi corazón’. Fue la mayor decisión de mi vida, y todo porque alguien estuvo dispuesto a ‘cruzar el salón’, solo para decirme: ‘¿Te puedo lavar los pies?’ ” (“Crossing the Room”, Adventist Review, mayo de 2015, p. 36).
¿Te gustaría hacer hoy algo especial por el Señor Jesús? No extraordinario, sino especial. Entonces haz algo en favor de otra persona: una palabra de ánimo, un gesto de compasión, un bocado de pan, un vaso de agua… Para ello, no tienes que ir muy lejos; solo, quizá, “cruzar la calle”, o “cruzar el salón”: en el vecindario, la oficina, el colegio…
Si el Hijo de Dios “cruzó la eternidad” con tal de salvarnos, ¿será mucho pedirnos que “crucemos la calle” por uno de sus hermanitos más pequeños?
Dios de maravillas, que tanto arriesgaste con tal de salvarme, ayúdame hoy a compartir con quienes me rodean el inefable don de tu salvación.
Dios es asombrosamente maravilloso, beno, tierno y compasivo- Ese es nuestro Dios. Y sabemos que Diosnos ama con amor perfecto y eterno.