¿Lapsi?
No sirviendo al ojo, como los que quieren agradar a los hombres, sino como siervos de Cristo, de corazón haciendo la voluntad de Dios. Efesios 6:6.
En el siglo III d.C. se persiguió a los cristianos. El ataque contra ellos fue sin tregua. Tiempos difíciles en los que no fueron fieles algunos, los lapsi, entre ellos. Era gente tibia que cedió en sus principios y, aunque parezca increíble, cambió el cristianismo. ¿Cómo lo hicieron? Al llegar la calma, pidieron ser nuevamente aceptados en la iglesia. Por este asunto se enfrentó Hipólito de Roma a Calixto I, y los cuestionamientos sobre los límites de la disciplina eclesiástica aún están abiertos. Aparte de los debates sobre conceptos de registro (si alguien debe estar dentro o fuera de la iglesia), nos hallamos ante un modelo de pensamiento perturbador: la mentalidad intermedia. Y esta expresión responde a ese proceder en el que la identidad es tan liviana que se excusan, justifican y aceptan elementos ajenos al cristianismo. Tal proceso de pensamiento propició el abandono de los valores bíblicos y la amalgama doctrinal.
En el cristianismo la disonancia surge del choque entre el modelo bíblico y el comportamiento discrepante con tal modelo. A esta irregularidad de comportamiento se la llama pecado (no ir en la dirección correcta) y se soluciona volviendo al modelo bíblico (arrepentimiento y cambio de comportamiento). Los lapsi tenían ante sí esta opción: reconocer que habían sido débiles y mejorar sus vidas. Pero, tristemente, eligieron mantener el comportamiento inadecuado y justificarlo. Y una cosa llevó a otra, y se aceptó el culto a Mitra (Navidad), la estructura gubernamental pagana (jerarquía), la adoración del dios sol (cambio del sábado al domingo), la antropología helénica (sexismo), la mitificación de las vestales (celibato) y de los eremitas (monacato). El resultado fue la “cristiandad”, un híbrido que no se asemejaba al mensaje de Jesús.
¿Se repite la historia?
Entiendo que parte de nuestra membresía está siendo afectada por la disonancia, y que tendemos a rebajar esa tensión con la mentalidad intermedia: no rechazamos ideales (al menos abiertamente), no rechazamos comportamientos, pero justificamos mucho. Ese es un diagnóstico fácil de realizar; y no nos vamos a quedar en él porque hay solución. Pablo nos propone que no sirvamos a la vista, al deseo de ser complacientes, sino a la voluntad divina. Ser consecuentes es uno de los métodos que el Señor nos ha dado para que otros tengan la oportunidad de ver coherencia, de avanzar hacia el referente, Cristo.
No es tiempo de ser lapsi porque el mensaje de Jesús debe verse con claridad en este mundo. No es tiempo de ser lapsi porque no es bueno para ti.