Dios no está enojado contigo
“Entonces vinieron a él unos trayendo a un paralítico, que era cargado por cuatro. Y como no podían acercarse a él a causa de la multitud, quitaron parte del techo de donde él estaba y, a través de la abertura, bajaron la camilla en que yacía el paralítico. Al ver Jesús la fe de ellos, dijo al paralítico: ‘Hijo, tus pecados te son perdonados’ ” (Marcos 2:3-5).
¡Qué ocurrencia tan singular la de estos cuatro hombres! Recordemos que, según Marcos, Jesús estaba en Capernaúm, predicando, cuando “inmediatamente se juntaron muchos, de manera que ya no cabían ni aun a la puerta” (Mar. 2:2). Cuando llegaron a la casa donde la gente se había aglomerado, los amigos del paralítico no pudieron abrirse paso. Entonces decidieron subir al techo, abrir un agujero, y luego bajar al enfermo ante la presencia de Jesús.
Lo más asombroso del relato no es lo que ellos hicieron, sino lo que Jesús hizo. En lugar de reprenderlos por haber interrumpido la predicación, le dijo al paralítico: “Hijo, tus pecados te son perdonados” (vers. 5).
Estos hombres habían llevado a su amigo ante Jesús para que lo sanara, no para que lo perdonara. Lo que ellos no sabían era que la enfermedad del paralítico “era resultado de una vida de pecado”, y que “no era tanto la curación física como el alivio de su carga de pecado lo que [él] deseaba” (El Deseado de todas las gentes, pp. 232, 233).
No sabemos los detalles de su pecado. Lo que sí sabemos es que en la Palestina del tiempo de Jesús se creía que la enfermedad era el resultado directo del pecado. ¡Con razón el paralítico anhelaba el perdón! No solo torturaba su conciencia el remordimiento de su pasado, sino además la creencia de que estaba excluido del favor de Dios. Todo lo cual explica por qué el Señor, antes de curarlo, primero lo perdonó. ¿No hay aquí una valiosa lección para nosotros? Dios anhela sanar nuestras enfermedades, pero primero quiere quitar de nuestro corazón la carga del pecado.
Hay todavía una segunda lección. Por haber pecado, el paralítico pensaba que Dios estaba molesto con él. No sabía que Jesús no había venido a llamar a justos, “sino a pecadores al arrepentimiento”.
¡Alabado sea Dios! Nuestro Padre celestial anhela hoy perdonar tus pecados. Pero además quiere que sepas que, no importa lo malo que hayas hecho, él no está enojado contigo. ¿Cómo podría estarlo quien dio a su Hijo para salvarte?
Gracias, Dios mío, porque eres mi Padre celestial, y porque nada en este mundo me puede separar de tu amor.