Oración del saltamontes
“ Exterminaré a la langosta, para que no arruinesus cultivos” (Malaquías 3:11, NVI).
La década de 1870 fue muy dura para las granjas familiares de todos los estados del medio oeste de los Estados Unidos. Las langostas de las Montañas Rocosas, comúnmente, son llamadas saltamontes; y en esa época, pululaban por las llanuras cada verano, comiendo todo lo que encontraban a su paso. Llegaban en mangas tan grandes que la gente estaba segura de que la plaga de saltamontes del antiguo Egipto no podría haber sido mucho peor. A medida que pasaba el verano y las cosechas de las que todos dependían para alimentarse volvían a ser devoradas antes de que tuvieran la oportunidad de madurar, muchos empezaron a abandonar sus granjas y hogares. Algunos se quedaron, sin embargo, con la esperanza de que las cosas finalmente mejoraran al verano siguiente. Pero al llegar la siguiente temporada, la plaga de saltamontes volvía y en mayor número. A medida que la primavera se convertía en verano, como un reloj, los insectos llegaban y consumían todos los productos que crecían en los largos surcos.
Desesperados por deshacerse de las langostas, algunos agricultores probaron quemar sus cultivos solo para matar a los insectos brincadores. Otros arrastraban objetos pesados sobre sus campos para aplastarlos. Pero, por cada saltamontes que mataban, otros ocupaban su lugar. Llenaban los pozos y obstruían las carreteras. A veces, los trenes no podían subir las colinas debido a las mangas de langostas que cubrían las vías.
Para los agricultores de Minnesota, la plaga de saltamontes llegó a su punto álgido en la primavera de 1877. Los trabajadores habían plantado su cosecha de trigo, sabiendo que no soportarían otra temporada si aparecían más saltamontes en el horizonte. Tenía que ocurrir algo drástico, y sabían que haría falta un milagro de Dios para salvarlos. Los habitantes de todo el estado separaron el 26 de abril de 1877 para pedirle a Dios que los librara del azote de las langostas. En sus mentes, Dios tenía que intervenir. Y, maravilla de maravillas, sus oraciones fueron respondidas. Milagrosamente, la plaga de saltamontes terminó ese verano.
Dios está dispuesto a ayudarnos cuando lo invocamos. A veces, dice: “Sí, lo haré ahora mismo”. Otras veces, dice: “No, eso no es lo mejor para ti”. Y también, hay veces en que, simplemente, responde: “Espera un poco. Quiero que crezcas en gracia y aprendas a confiar en mí”.