Jerusalén
“Vi además la ciudad santa, la nueva Jerusalén, que bajaba del cielo, procedente de Dios, preparada como una novia hermosamente vestida para su prometido” (Apoc. 21:2, NVI).
Cuando hayamos estado ahí diez mil años ¿comenzaremos a aburrirnos? Si ir al cielo implica tocar el arpa flotando en una nube, yo me aburriría a los diez minutos (quizá podría durar veinte minutos, si me permitieran jugar a la rayuela y saltar de nube en nube). La realidad es que mientras nuestras ideas acerca del Cielo y de la Tierra Nueva no estén basadas en la Biblia, la eternidad no podrá cautivarnos. Pasar una semana de vacaciones en la playa, tomando sol, sin hacer nada, suena fantástico. Sin embargo, pasar una década en la misma playa, en la misma reposera, sin poder hacer nada, sería una tortura.
“Los estereotipos antibíblicos del cielo como una existencia vaga e incorpórea nos hacen mucho más daño del que nos damos cuenta. Disminuyen nuestra anticipación del cielo y nos impiden creer que realmente es nuestro hogar”, reflexiona Randy Alcorn en su artículo “El cielo: de camino a casa”. La Biblia describe la Nueva Jerusalén como una ciudad opulenta, magníficamente diseñada. En ella tendremos un trabajo que hacer, pero sin que se nos acaben las energías o los recursos.
En la Tierra Nueva estaremos rodeadas de las personas que amamos, habrá fiestas y banquetes con la mejor comida que hayamos degustado. No nos aburriremos, porque seguiremos aprendiendo y creciendo. Incluso nuestra capacidad para disfrutar será infinitamente mayor que la que tenemos ahora. Podremos descubrir misterios que la ciencia aún no ha develado y visitar otros mundos. “El Señor me mostró en visión otros mundos”, escribe Elena de White en Primeros escritos. “Me fueron dadas alas y un ángel me acompañó desde la ciudad a un lugar brillante y glorioso. […] Los moradores de aquel lugar eran de todas estaturas; eran nobles, majestuosos y hermosos. […] El ángel me dijo entonces, […] si eres fiel, tendrás, con los 144.000, el privilegio de visitar todos los mundos y ver la obra de las manos de Dios” (p. 39).
Vivir con Jesús por la eternidad será una experiencia de una belleza tan exuberante, que no alcanzan las palabras para describirlo. Por eso, le pido al Espíritu Santo que con sus gemidos indecibles te llame como una paloma que gorjea; que te inspire a mirar al cielo y te fortalezca para permanecer firme.
Espíritu Santo, tú iluminas mi mente y mi corazón con tu presencia. Te pido que santifiques mi imaginación esta mañana, mientras imagino lo que será vivir contigo en la Tierra Nueva. Haz que la belleza de esta promesa deje una huella tan clara en mi interior, que me llene de añoranza, de nostalgia por el Hogar.