El sueño – parte 1
“No temas, que yo te he libertado; yo te llamé por tu nombre, tú eres mío” (Isa. 43:1).
Mi cráneo produce un sonido sordo al hacer contacto con la carretera. Mi cuerpo se siente tambaleante y sin fuerzas, como un muñeco de trapo. Trato de incorporarme mientras, frente a mis ojos, puedo ver el cielo y el asfalto. No me puedo mover. Una sensación de calor y humedad se acumula bajo mi cabeza; es mi sangre. Mientras el peso de mis heridas sujeta mi cuerpo a la carretera, una voz suave pero firme me ordena en una sola palabra: “¡Levántate!”
Con esa orden, me desperté. Me senté en la cama. Apenas unos segundos antes tenía la certeza de haber estado golpeado y ensangrentado en una carretera. Pero no, estaba en mi cama, listo para otro día en la secundaria. Pero esa voz firme y profunda me sacó de mi sueño y me llevó de regreso a mi habitación.
La voz no se fue de mi cabeza durante tres semanas. Podía sentir todo, hasta la superficie de la carretera. El olor a pavimento, el calor del sol, la consistencia pegajosa de la sangre y el sudor… Y tres semanas después, mi vívido sueño se hizo realidad.
Mi padre llegó ese día a recogernos a la escuela en la camioneta con la que trabajaba. La camioneta tenía la parte trasera llena de cajas de herramientas, tubos y rollos de alambre y cable de unos diez kilogramos. Yo era un tipo popular en la escuela, pero tuve que viajar en la parte de atrás, mirando hacia el frente, sobre la superficie lisa de la caja de herramientas, y apoyé la espalda contra uno de los tubos que sostenían los rollos de alambre. Mi hermana envidiaba mi asiento privilegiado, pero le ordené que se sentara en el centro de la plataforma, con la espalda recostada contra la ventana trasera. Aceptó de mala gana, y nos fuimos a casa.
Cuando doblamos la esquina, una mujer que venía a toda velocidad invadió nuestro carril y chocó contra nosotros. Recuerdo haber visto la cara de horror de la mujer cuando su automóvil impactó contra el nuestro. Vi, en cámara lenta, cómo se arrugaba el frente de ambos vehículos, que parecían fundirse entre sí. Entonces, sentí el fuerte golpe. Mi cabeza se estrelló contra el tubo que sostenía los rollos de alambre, y la fuerza del impacto me arrojó. Todo me resultaba familiar: el cielo, el asfalto y el mismo aterrizaje repentino que había vivido en mi sueño. Estaba tendido en la carretera y no podía mantenerme despierto.
Continuará…
BP