El asedio de Hitler a Leningrado
“Escóndeme bajo la sombra de tus alas. Protégeme de los perversos que me atacan, del enemigo mortal que me rodea” (Salmo 17:8, 9, NTV).
La Segunda Guerra Mundial fue la guerra más costosa de la historia del mundo. Involucró a más naciones, más soldados y más pérdidas de vidas que en ninguna otra guerra hasta ese momento. La Alemania nazi fue el agresor, y pronto se le unieron los gobiernos italiano y japonés. Uno de los principales objetivos de Hitler era invadir la entonces Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) y conquistarla.
En esta fecha en 1941, durante la Segunda Guerra Mundial, las tropas alemanas rodearon completamente Leningrado, en la URSS, cortando toda la ayuda a la población de esa ciudad. Ese invierno, miles de personas huyeron hacia el este por el lago Ladoga congelado, aunque los bombardeos alemanes disuadieron a muchos. Doscientos mil soldados rusos hicieron todo lo posible para mantener a raya a los alemanes, mientras que todas las personas sanas de la ciudad ayudaron a construir fortificaciones antitanques.
Quemaron libros y muebles en sus casas para mantenerse calientes. Ya se habían comido a todos los animales del zoológico, y luego vinieron los perros y gatos, mascotas de las casas. Rasparon la pasta de papel pintado de las paredes, hirvieron sus zapatos de cuero, cocinaron hierba, maleza y agujas de pino, e incluso probaron comer polvo de tabaco.
Trágicamente, algunos recurrieron al canibalismo, e incluso asesinaron a personas por su carne. Casi al final, la gente que vivía en edificios altos ni siquiera tenía fuerzas para llevar a sus familiares muertos hasta los carros que venían a recogerlos. Se limitaron a arrojar los cuerpos por las ventanas al suelo. El asedio duró 872 días. A principios de 1944, las fuerzas soviéticas finalmente obligaron al ejército alemán a retirarse. El 27 de enero terminó el asedio, dejando al menos un millón de soldados y civiles muertos. Muchos cristianos de Leningrado vivieron esos duros momentos.
La mayoría de nosotros nunca pasará tanto frío o hambre, y nunca tendrá que soportar tan terribles dificultades. Pero ya sea la necesidad de un trabajo o de dinero o de un lugar donde vivir, o ya sea que se trate de una amistad rota o de la pérdida de un ser querido, todo el mundo se enfrenta a tiempos difíciles. Esos son los momentos en que es especialmente importante aferrarse a Dios. Deja que él sea tu refugio, sin importar la tormenta.