Día de limpieza
“Y todo el que tiene esta esperanza en él, se purifica a sí mismo, de la misma manera que Jesucristo es puro” (1 Juan 3:3).
“No te olvides de sacar la basura”, advirtió la madre mientras abría las ventanas y dejaba entrar la luz del sol en la habitación. Andrés sabía que era día de limpieza. La madre limpió las ventanas, aspiró toda la casa, desempolvó los marcos de los cuadros que estaban en la mesita de la sala. En fin… era día de limpieza. Andrés era un gran ayudante. Le gustaba ordenar los cajones y doblar las toallas del mismo tamaño. Luego, ató las bolsas de basura y las colocó afuera, esperando a que las recogieran.
El día de limpieza es agotador, pero el resultado lo vale: una casa limpia, ordenada y perfumada. ¿A quién no le gusta esto? Tal vez estés necesitando un día así. No solo para limpiar tus cajones y ordenar tu habitación, sino además para hacer tu vida más pura, sin cosas malas.
Dios quiere purificarnos y limpiarnos de todo mal. Él es puro y quiere que nosotros también lo seamos. Incluso si parece un trabajo duro y arduo, comienza a sacar de tu vida todo lo que no agrada a Dios. Pídele que te ayude, y verás que vale la pena…