Qué bien se vive en Egipto
“El faraón dijo a José: ‘[…] Delante de ti está la tierra de Egipto. En lo mejor de la tierra haz habitar a tu padre y a tus hermanos’ ” (Gén. 47:5, 6, RVR95).
Para la mayoría de la gente del Antiguo Oriente Próximo, Egipto era en ese momento el paraíso. Los agricultores de Canaán dependían de las lluvias, a menudo impredecibles, para regar sus cultivos, y su suelo era pedregoso y difícil; sin embargo, la inundación anual del río Nilo renovaba el valle de Egipto con tierra fértil, que además era fácil de regar gracias al extenso sistema de canales creados para tal fin. Nunca había el riesgo de que el frío o la helada amenazara las plantas tiernas.
Toda esa abundancia ayudó a Egipto a desarrollar una civilización impresionante. Durante junio y septiembre, cuando las aguas del Nilo cubrían la tierra, el faraón empleaba a la gente en proyectos gigantescos de construcción. Equipos de trabajadores construyeron grandes palacios y templos, así como las famosas pirámides y tumbas de Egipto.
Los artistas decoraban las paredes de los templos y otros edificios públicos con escenas en vivos colores que honraban a reyes y dioses egipcios. Algunas de las pirámides y complejos religiosos aún se mantienen en pie.
Los egipcios eran expertos en tecnología y eran buenos administradores y burócratas. Sus escribas registraron y conservaron maravillosas poesías e historias, y sus escultores y pintores produjeron obras de arte que aún hoy podemos admirar.
Aunque Egipto estaba rodeado y protegido por grandes desiertos, en varias ocasiones fue invadido y conquistado. Una de esas ocasiones fue durante el tiempo de José. Los semitas, la gente a la que pertenecían José y su familia, habían emigrado de Canaán a la región norte del delta. Allí, se multiplicaron lo suficiente como para que un grupo de ellos, conocidos como Hicsos, lograra tomar el control y gobernar la región.
Si el faraón que soñó con las siete vacas gordas y las siete vacas flacas era semita, seguramente estuvo un poco más dispuesto a escuchar a José, pero solo el Espíritu Santo podría convencerlo de que la profecía era cierta.
GW