El corredor
“Los que se preparan para competir en un deporte, evitan todo lo que pueda hacerles daño. Y esto lo hacen por alcanzar como premio una corona que en seguida se marchita; en cambio, nosotros luchamos por recibir un premio que no se marchita” (1 Cor. 9:25).
Leer sobre el ultramaratonista Dean Karnazes hace que me avergüence de mí mismo. Una foto suya en la que aparece únicamente con pantalones cortos, tenis (diseñados especialmente para él, que en lugar de cordones tienen dos delgados cables de acero conectados en la parte posterior para nunca necesitar detenerse a atarlos) y un reloj que monitorea la velocidad y la altitud, no solo me recuerda que no estoy en forma, sino que jamás alcanzaré ni el diez por ciento del estado físico de Karnazes. Y el tipo tiene quince años más que yo.
Los llaman “ultramaratones” porque los 42 kilómetros de un maratón, que se realizan en las lindas calles pavimentadas de una ciudad, son una caminata infantil comparados con lo que Karnazes hace. Estamos hablando de 50 maratones en 50 estados en 50 días. En una ocasión, se anotó en una carrera de 320 kilómetros. Todos los demás competidores se inscribieron en equipos de doce personas que se turnaban para correr. Karnazes corrió en solitario y terminó octavo. Si alguna vez encuentras un repartidor de pizza en una intersección esperando a un corredor que se detiene rápidamente para comérsela, probablemente sea Karnazes. Este hombre necesita 9.000 calorías diarias de energía para lograr sus objetivos.
Karnazes nunca había corrido de esa manera hasta después de la medianoche de su cumpleaños número treinta. Estaba sentado frente a una botella de tequila pensando en la vida materialista e insatisfactoria que llevaba y decidió ponerse unas zapatillas de correr. Cuando amaneció, estaba a 48 kilómetros de su casa, sintiéndose mucho mejor consigo mismo.
Karnazes me hace recordar que casi todo en la vida depende de la perspectiva con que lo veamos. Joshua Davis, autor del artículo de la revista Wired sobre Karnazes, describe cómo este finalizó una caminata de 160 kilómetros sobre terreno montañoso.
“Cuando le faltaban 70 kilómetros, sentía que su espíritu flaqueaba, pero encontró una manera de animarse: después del siguiente punto de control apenas le faltaría el equivalente a un maratón más dos carreras de 10 kilómetros. Sabía que eso no era nada para él, así que se animó a llegar a la meta”.