Ejecutar a un hijo desobediente – parte 2
“Jesús les dijo: ‘Precisamente por lo tercos que son ustedes, Moisés les permitió divorciarse de su esposa; pero al principio no fue de esta manera’ ” (Mat. 19:8).
Uno de los temas que más se pasa por alto de la Biblia es la “condescendencia divina”: cuán dispuesto está Dios a alcanzar a su pueblo donde está. Con el quejumbroso y espiritualmente inmaduro pueblo de Israel, Dios tomó una actitud dura en algunos aspectos que podrían sorprendernos, pero toleró cosas que a nosotros nos sorprenderían hoy. Por ejemplo, no podían cortar el borde de su barba, pero la esclavitud y la poligamia, aunque con restricciones, estaban permitidas, igual que el divorcio, aunque “no fue así desde el principio”.
En su libro ¿Hay que tenerle miedo al Dios del Antiguo Testamento? Alden Thompson escribe algo muy interesante: “Las leyes divinas no son más duraderas que la situación humana que las hace necesarias”. Uno de los mayores desafíos que Jesús enfrentó fue lidiar con quienes insistían en seguir las leyes de Dios a cabalidad, pero apenas conocían quién era Dios. Hacían cumplir las leyes al pie de la letra, pero nunca aprendieron a interpretar el principio que las subyacía.
El Salmo 119 habla de la grandeza y el privilegio de la ley: “Amo tus mandamientos y me alegro con ellos” (vers. 47). El salmista se regocijaba en la ley de Dios; sin embargo, los legalistas no cumplían la ley por amor a Dios o al ser humano, sino por codicia y miedo.
La pena capital para los desobedientes contrasta con el mensaje de gracia de Jesús, al igual que la esclavitud, la poligamia y otras cosas que Dios toleró durante un tiempo. Al igual que las leyes en contra del matrimonio con moabitas, estas leyes dejaron de existir cuando el pueblo de Dios estuvo más seguro de su fe. Pero en el caso de un pueblo que solo conocía el sufrimiento, la esclavitud y la pena de muerte, Dios les habló en su propio lenguaje. Sin embargo, Jesús vino a traer vida y a demostrar que la ley y el amor deben brotar desde el interior.