Palabras que lastiman
“Acepten el yugo que les pongo, y aprendan de mí, que soy paciente y de corazón humilde; así encontrarán descanso” (Mateo 11:29).
“¡Vete! ¡Ya te dije que no te quiero aquí! ¡No quiero volver a verte!”, grita el hermano antes de dar un portazo.
Después de oír esto, el otro hermano entra en la habitación y recuerda cada palabra que acaba de escuchar. En la habitación contigua, aún cerca de la puerta, el hermano recapacita sobre lo que acaba de hacer. Estaba enojado; no pensó bien antes de hablar. Nada de lo que dijo representa lo que realmente siente por su hermano. Se arrepiente.
Es posible que una situación como esta te haya ocurrido ya. Quizás hiciste el papel del primer hermano, que usó las palabras con dureza; o quizá fuiste el que escuchó, se afligió y sufrió al recordar cada frase. Ya sea de un lado o del otro, seguramente te has dado cuenta de que las palabras son muy importantes. Mientras que las expresiones de ánimo y esperanza pueden alegrar el día de alguien, las palabras duras y llenas de ira pueden lastimar mucho. A menudo, pueden doler más que una bofetada o un pellizco.
Dios sabía de la importancia de nuestras acciones y de nuestras palabras; por lo tanto, nos enseñó cómo debemos actuar. Al leer la Biblia, descubrimos que Jesús era manso y humilde de corazón, y ese es el ejemplo que debemos seguir. Ser manso no significa nunca enfadarse por algo o por alguien; la diferencia es cómo reaccionas, incluso si algo no sale como quieres.
Haz la prueba hoy: sé manso, humilde y amable con todos los que te rodean. Antes de irte a dormir, ora y cuéntale a Dios cómo te sentiste, y pídele que te ayude a ser siempre manso.