Matutina para Adolescentes, Jueves 04 de Marzo de 2021

La belleza no apreciada

“No tenía belleza ni esplendor, su aspecto no tenía nada atrayente” (Isa. 53:2).

Una mañana de viernes como tantas otras, en una concurrida estación de metro, un chico de treinta y tantos años, vestido con jeans y una camiseta, sacó su instrumento musical del estuche para comenzar a tocar la melodía más hermosa jamás compuesta. El violinista era Joshua Bell, reconocido en todo el mundo como uno de los mejores intérpretes de música clásica, y estaba participando en un experimento organizado por el Washington Post para ver si la gente reaccionaba a algo sublime en medio del bullicio y la rutina cotidianos.

Nadie sabía lo que sucedería, pero los resultados fueron más allá de todo pronóstico. De las casi 1,100 personas que se toparon aquella mañana con el gran Joshua Bell, solo siete se detuvieron para escuchar durante unos segundos al violinista, que recaudó apenas 32 dólares durante su concierto de 45 minutos. Joshua Bell estaba acostumbrado a que lo reconocieran y aclamaran en conciertos multitudinarios en los que se embolsaba grandes cantidades de dinero, así que aquella indiferencia lo sorprendió mucho. “Comencé a apreciar cualquier reconocimiento, incluso una breve mirada –dijo Bell–. Cuando toco para los que compran boletos, sé que les gustará y no tengo temor a no ser aceptado; pero mientras tocaba aquí hoy, pensaba: ¿Y si no les gusto? ¿Y si nadie nota mi presencia?

Para la mayoría, era una cuestión de prioridades en la vida: apurarse para llegar a una reunión, molestarse porque el sonido del violín no les permitía atender una llamada telefónica, subirle el volumen a la música de su aparato electrónico para seguir escuchando lo que les gusta… Aunque a un hombre no le pareció especial la música que escuchó, dijo que le habría dado unos dólares si no hubiera gastado todo su dinero en lotería.

De las siete personas que se detuvieron a escuchar, la mayoría sabían de música y por eso pudieron apreciar el nivel musical del hombre que tocaba. También hubo niños que se sintieron cautivados por las hermosas notas, pero sus padres los apresuraban para que siguieran caminando (seguramente para no llegar tarde a la escuela).

En una mañana de viernes como tantas otras, hace dos mil años, un hombre de treinta y tantos años, vestido con una túnica y una corona de espinas, afirmó en voz baja que él era el Hijo de Dios y la multitud lo despreció. “Como a alguien que no merece ser visto, lo despreciamos, no lo tuvimos en cuenta” (Isa. 53:3). ¿Será que aprecias lo que realmente debe ser apreciado? ¿O la rutina de tu vida ha tomado el control?

CR

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