El nazi que todos llevamos dentro
“No tengan deudas con nadie, aparte de la deuda de amor que tienen unos con otros; pues el que ama a su prójimo ya ha cumplido todo lo que la ley ordena. Los mandamientos […] quedan comprendidos en estas palabras: ‘Ama a tu prójimo como a ti mismo’. El que tiene amor no hace mal al prójimo; así que en el amor se cumple perfectamente la ley” (Rom. 13:8-10).
Los nazis hicieron que la maldad se viera elegante. Un régimen tiránico que persigue a quienes teme es una cosa, pero hacerlo con estilo es otra. Sus uniformes, su precisión al marchar… Malignidad con clase.
Mientras que las economías mundiales prosperaban en los “felices años veinte”, la República de Weimar en Alemania, tras la Primera Guerra Mundial, castigada por los vencedores, era un desastre. Sin embargo, mientras el resto del planeta padecía la Gran Depresión en la década de 1930, Alemania volvió a la vida bajo los nazis, que pusieron a trabajar a millones de sus habitantes para mejorar la infraestructura, pavimentar las autopistas e incluso inventar el Volkswagen Escarabajo.
Hitler apeló al sentido innato de superioridad de la gente. ¿A quién no le gusta escuchar que es el mejor, el más inteligente y el más bonito? Sí, te han maltratado, pero ahora llegó tu momento. Y además te mereces la venganza. Y todo aquel que tenga una autoestima tan baja como para no creerse la psicología de la superioridad, mejor que agache la cabeza. El nazismo tomó la belleza de la comunidad y de la familia y la convirtió en una horrible ideología que justificaba la destrucción.
Alemania marchó a la guerra bajo el lema “Gott Mit Uns”, que significa “Dios con nosotros”, estampado en las hebillas de sus cinturones. Sin embargo, a pesar de tanta retórica religiosa y familiar, todo en ellos contradecía la ley de amor de Dios. El mandamiento de Jesús es: “Ama a tu prójimo como a ti mismo”.
Toda moneda tiene dos caras: si solo te amas a ti mismo, no puedes mostrarle amor al prójimo; si solo amas a tu prójimo, no tendrás nada de ti para compartir.