¡Cuán santo es él!
“Al contrario, vivan de una manera completamente santa, porque Dios, que los llamó, es santo” (1 Pedro 1:15).
Dios es santo. ¡Lo sabemos bien, pero a veces actuamos como si no lo supiéramos! ¿Cuántas veces se usa el nombre de Dios en vano, de manera irrespetuosa y hasta en conversaciones inútiles?
Dios es nuestro Padre celestial, digno de todo nuestro amor, alabanza y adoración. ¿Cuántas veces has entristecido a tu padre o roto el corazón de tu madre por un comportamiento inapropiado? ¿Y cuántas veces has hecho esto con Dios?
Cuando yo era pequeña, no comprendíla dimensión de la santidad de Dios. En la iglesia o en los cultos en familia, no siempre me comportaba como debía. A veces, tontamente, me echaba a reír con mis amigos o mis hermanos en medio de un momento que debía haber tenido todo mi respeto. Otras veces, corría, hablaba en voz alta o hacía otras cosas inapropiadas para ese momento. Mis padres no siempre notaban mi mal comportamiento, pero cuando lo hacían, podía esperar algún castigo. Créeme, no estoy orgullosa de nada de esto hoy: ni de las actitudes inapropiadas ni de los castigos. Pero lo estoy mencionando porque, tal vez, te sucede algo similar cuando estás delante de Dios, en la iglesia o en un culto en familia.
Cuando hablamos con Dios o cuando estamos ante su presencia, debemos recordar su santidad. Él es puro y único. Esto requiere todo el respeto de nuestra parte. El versículo de hoy nos llama a hacer algo más: tomar este atributo de Dios como ejemplo para nuestra vida.
¿Cómo ser más semejantes a Dios en la vida cotidiana? No es un proceso fácil, pero cada vez que nos arrepentimos de los pecados que hemos cometido y acudimos a Dios para pedirle perdón, él nos perdona y nos ayuda en este proceso de ser cada vez más como él. ¡Vale la pena! Habla con Dios, y pídele que te guíe por el camino de la santificación.