La sonrisa de Dios
“Sé sabio, hijo mío, y me harás feliz; así podré responder a los que me ofendan” (Proverbios 27:11).
Carol necesitaba sacar una buena nota en ese examen. Entonces, justo después de que la maestra dijera que los estudiantes podían comenzar a responder las preguntas, hizo una oración, recibió la prueba y comenzó a escribir. Carol había estudiado mucho y conocía todo el material. Sin embargo, había dos preguntas muy difíciles. A pesar de varios intentos, Carol no pudo encontrar la respuesta correcta. Lucas, el chico que se sentaba a su lado, notó la dificultad de su compañera, y discretamente le preguntó si necesitaba “una ayudita”. El corazón de la niña se aceleró. Ella realmente quería obtener la máxima puntuación en esa prueba.
¿Qué debía hacer? ¿Sería correcto copiar las respuestas de Lucas? Carol recordó haber leído Proverbios 27:11 antes de salir de casa. También recordó que la jovencita cautiva, Samuel, Daniel, José y el mismo Jesús fueron fieles al enfrentar pruebas más difíciles que las de ella. Los pensamientos de Carol fueron interrumpidos por la insistencia de Lucas, quien le preguntaba nuevamente si no quería las respuestas. Carol miró discretamente a su compañero y negó con la cabeza.
Poco después, entregó el examen a la maestra con las dos preguntas en blanco. Pudo haber salido de la sala desanimada porque sabía que no sacaría la nota máxima en ese examen. Pero en lugar de estar cabizbaja, se alegró de haber sido honesta y de haber hecho lo correcto. Cuando subió al auto para irse a casa, todavía estaba sonriendo. Su padre le preguntó por qué estaba tan feliz. Carol respondió: “Porque alegré el corazón de Jesús”. Inmediatamente, el padre de la niña también sonrió.