Acéptalo
“No tengo descanso ni sosiego; no encuentro paz, sino inquietud” (Job 3:26).
Fue justo como mamá y yo lo planificamos: la casa repleta por mi fiesta de graduación; llena de globos, música, pastel, buena comida y la gente que quiero. Todos estaban allí, menos mi madre. Ella estaba en el hospital con una fiebre que nadie podía explicar. Probablemente una reacción a la quimioterapia. Intenté divertirme y pasarla bien, pero en el fondo solo quería cancelar la fiesta y encerrarme en mi habitación.
Mamá era el motor de nuestra familia. Todo parecía ir bien hasta que un día dejó de ser así. Cuando yo tenía diecisiete años, le diagnosticaron cáncer de seno, y de repente todo en mi vida cambió. Mi madre dejó de ser mi mamá. La que me consolaba, ahora necesitaba consuelo. Ella tenía miedo, mucho miedo a morir de aquel cáncer, igual que mi abuela.
Solicité la admisión en varias universidades, pero tenía en mente un lugar cercano a casa, por si sucedía lo que temía. Daba la impresión de que lo estaba manejando todo muy bien, pero no era así.
Me ocupaba de todo y de todos, pero sin reconocer el problema. En lugar de llorar y lidiar con el miedo a perder a mi madre, me ocupaba en llevar a mis hermanos a la escuela a tiempo. Nunca hablé con mis amigos, con mis padres, mis hermanos o incluso con Dios sobre mis miedos y sueños. Me volví autosuficiente por completo. Ahora, ¿no se supone que ese es el objetivo? ¡No!
El libro de Job es fundamental. ¿Por qué le ocurren cosas malas a las personas buenas? Detrás de los lamentos de Job encontramos pistas sobre cómo lidiar con la tragedia. Job apartó tiempo para llorar en silencio y estuvo a la vez dispuesto a hablar de lo que le ocurría. Habló con su esposa y con sus amigos. Por supuesto, ninguno de ellos ayudó a aliviar su dolor, pero él habló con ellos. Finalmente, Job lo discutió con Dios, y juntos resolvieron el problema.
Cuando la vida te dé limones, no hagas limonada. Acude a Dios y tal vez él te diga que hagas un pastel de limón. Estoy segura de que él te ayudará.
LH