Yo estaré contigo
“Cuando cruces las aguas, yo estaré contigo; cuando cruces los ríos, no te cubrirán sus aguas; cuando camines por el fuego, no te quemarás ni te abrasarán las llamas” (Isaías 43:2).
En las calles laberínticas de un barrio de Nueva York, me encontré viviendo las promesas de Isaías 43:2 de una manera que nunca olvidaré. “Cuando cruces las aguas, yo estaré contigo; cuando cruces los ríos, no te cubrirán sus aguas; cuando camines por el fuego, no te quemarás ni te abrasarán las llamas”. Palabras que, hasta entonces, eran un eco de fe se convirtieron en una realidad tangible.
Estaba yendo a visitar a un miembro de mi iglesia cuando un grupo de jóvenes me interceptó. La tensión en el aire era palpable. Uno de ellos, con una pistola a la vista, parecía buscar confrontación. Mi pasado como boxeador, aunque dejado atrás por mi compromiso con el ministerio, resonó inesperadamente cuando uno de ellos me reconoció.
-Eh, él fue boxeador -dijo, deteniendo al grupo-, pero dejó todo eso por la iglesia.
Esa simple revelación cambió la atmósfera. Los jóvenes, que habían visto en mí una posible amenaza o una victima, ahora veían a alguien conocido y a la vez curioso: un luchador convertido en pastor.
El respeto que había ganado en el cuadrilátero me dio una protección inesperada fuera de ella. Gracias a esa conexión casual con uno de los jóvenes, se disipó la tensión y continué mi camino. Me permitieron pasar sin más incidentes, y así cumplí con mi deber pastoral.
Al reflexionar sobre lo sucedido, me sentí sobrecogido por la manera en que el Señor había tejido mi pasado y mi presente. Como pastor, había renunciado al combate físico; pero aun así, el Señor utilizó mi antigua identidad para protegerme y abrir el camino para servir en su nombre.
Esta experiencia me enseñó una lección profunda sobre la protección divina. A veces Dios usa partes de nuestro pasado de maneras que nunca podríamos haber imaginado, cumpliendo sus promesas de estar con nosotros en cada momento de peligro. En ese día, el versículo de Isaías no solo fue una fuente de consuelo espiritual, sino una realidad viva que me protegió en un momento de posible peligro físico.
Oración: Gracias, Señor, por recordarme que estás conmigo en cada desafío que enfrento.