Con un ave en la mano – parte 2
“El primer mandamiento que contiene una promesa es este: ‘Honra a tu padre y a tu madre, para que seas feliz y vivas una larga vida en la tierra’ ” (Efe. 6:2, 3).
El jueves en la mañana abrí con cuidado la puerta de comida de la jaula de Molly y Baby Gray, metí galletas y la cerré, sin darme cuenta de que no había enganchado el pestillo. Molly me estaba mirando y, en menos de lo que canta un gallo (o un loro), ¡ya se había salido! Afortunadamente, Baby Gray no notó que su amiga se había fugado, así que aseguré el pestillo de la puerta antes de que también ella se escapara.
¿Cómo se me pudo pasar el asegurar la puerta? ¡Merecía que me dieran un palazo! Ya va, ¡eso es! ¡El palo era la solución! Extiéndele el palo de la paz, deja que Molly se monte en él y, en un movimiento rápido, llévala de vuelta a la jaula. Así que, le extendí una falsa rama, pero Molly no se mostró interesada. Lo que sí hizo fue lanzarme un picotazo en un dedo, abriéndome un bonito agujero.
Definitivamente voy a tener que llamar a la vecina. La llamé y hablamos durante un minuto; no me pareció que se preocupara mucho, pero eso no me hizo sentir mejor. Mientras tanto, Molly miraba fijamente la sala de estar, con sus patas aferradas a la parte superior de la jaula.
Son las doce, hora del almuerzo y de llamar a mis padres. No trabajaban muy lejos de donde yo estaba, y entre los tres podríamos acorralar al pajarraco. Media hora después, aparecieron mis padres. Molly aún no se había movido, pero abrí la puerta con mucho cuidado, ya que no quería arriesgarme a que volara hacia afuera. Los tres nos fuimos acercando poco a poco hacia el pájaro, que de repente voló hacia la ventana de cristal. Desorientada tras golpearse la cabeza contra el vidrio, Molly voló a la cocina. Al tratar de salir por una puerta cerrada, terminó en el suelo.
Mi mamá buscó un paño y mi padre lo arrojó sobre Molly mientras yo corría a abrir la puerta de la jaula. Con todo el cuidado del mundo, mi padre metió a Molly en la jaula. Cuando cerré la puerta, suspiré aliviado y miré a mi padre. Lo más cerca que había estado de verlo enfrentarse a las fuerzas de la naturaleza era cortando el césped; ahora había tenido éxito donde yo había fracasado. No tenía idea de que mi padre era tan inteligente.