Diecisiete maneras de besar – parte 2
“Todo tiene su tiempo […], tiempo de hacer duelo y tiempo de bailar” (Ecl. 3:1-4, RVR95).
En la academia, Judye siempre estaba rodeada de chicas, echándole la mirada a uno que otro chico, ¡y no dudaba en subirse en el automóvil de alguno para dar un paseo! Yo no. A mí me aterrorizaba que me pillaran en algo así. Pero nos llevábamos bien, pendientes la una de la otra, aunque cada cual con su vida. Ella se las arreglaba sola y consiguió trabajo en la carpintería. Me impresionó. Yo trabajaba en la oficina de administración.
A veces se me hacía incómodo tener que localizar a algún chico que se fugaba de clases, para llevarlo a la oficina del director. Ocasionalmente, el director me pedía que acompañara a algún alumno al dormitorio en lo que podría haberse denominado arresto domiciliario. Pero me gustaba mi trabajo, principalmente escribir y llevar registros. Los chicos me llamaban “la hermana mandona de Judye”, pero a mí me causaba gracia. No quería ser como ella. Que mis amigas y yo pudiéramos parecer menos interesantes o populares nunca me importó.
¡Entonces ocurrió! Ella compró y, a su debido tiempo recibió, un libro titulado Diecisiete maneras de besar. Yo ni siquiera sabía que había diecisiete maneras de besar. Pero Judye pagó por la información y, dado que esa clase de cosas son demasiado buenas para mantenerlas en secreto, me lo prestó. Naturalmente, lo leí. A escondidas, temerosa de que me vieran. El beso de mariposa, moviendo las pestañas contra la mejilla de la persona amada… el pequeño piquito en la comisura de los labios… Página tras página, ese encantador librito pintaba románticas imágenes de besos. Los leí e imaginé todos.
Con suerte, con el paso del tiempo aprendemos a ser tolerantes, y que ser diferentes no es malo. Algunos de los amigos de Judye se convirtieron en adultos decentes y consagrados en la iglesia, y algunos de mis amigos se convirtieron en fracasados o insensibles. La vida misma se encargó de mostrar las cosas. Nosotras somos mucho más parecidas ahora como adultas que cuando éramos jóvenes. Compartimos los mismos valores. Admiro su personalidad atractiva. Y, lo admito, con ella se lo pasa uno súper bien, pues es mucho más divertida que yo. Creo que yo pude haberme soltado un poco más. Tal vez fue tonto haber sido tan timorata.
Y además, sin ella, ¡ni en un millón de años habría aprendido diecisiete maneras de besar!
PW