Quien ama corrige
“Ustedes están sufriendo para su corrección: Dios los trata como a hijos. ¿Acaso hay algún hijo a quien su padre no corrija?” (Hebreos 12:7).
Los padres habían accedido a la pijamada, y las dos hermanas invitaron a tres amigas más. El padre acomodó unos colchones en la habitación. Antes de acostarse, la madre les hizo algunas recomendaciones: “Cuidado con la mesa de cristal y nada de peleas de almohadas”. Las chicas aceptaron y se despidieron con un “buenas noches”.
Desde el dormitorio, los padres podían escuchar las risas. Entonces el bochinche se detuvo. Un silencio se apoderó del lugar. Preocupados, los padres se pusieron de pie. En la sala de estar, la hija mayor explicó que habían comenzado una pelea rápida de almohadas y que ella había perdido el equilibrio y cayó sobre la mesa. Afortunadamente, ninguna había resultado herida. Las niñas fueron a la cocina, mientras su padre y su madre sacaban de allí los colchones y recogían los vidrios rotos. La sala estaba nuevamente en orden, pero por precaución, los colchones estaban extendidos en el piso de la cocina. Cuando terminaron el trabajo, los padres llamaron a las hijas en privado y les dijeron que serían castigadas por su desobediencia. Se había planificado una salida escolar para el siguiente jueves. La inscripción de ellas sería cancelada y el dinero se usaría para comprar una nueva mesita.
Los padres amorosos corrigen a sus hijos cuando se equivocan o desobedecen. Créanme: no es fácil para ellos, pero la corrección es necesaria. Nos ayuda a no volver a cometer errores. Cuando Dios nos corrige, lo hace por dos razones: (1) porque somos sus hijos y (2) porque nos ama.
“Oh Señor, feliz aquel a quien corriges y le das tus enseñanzas” (Sal. 94:12). La corrección de Dios es evidencia de que nuestro Padre nos ama.