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«Amaos los unos a los otros con amor fraternal; en cuanto a honra, prefiriéndoos los unos a los otros» (Romanos 12:10, RVR 1960).
Desde que eran pequeños, Emily y Jack lo compartían todo: las carcajadas, los secretos de esos veranos interminables y las aventuras que solo puedes tener cuando todo el mundo es tu amigo y cada esquina esconde un nuevo mundo. Pero, de repente, la vida les tiró un susto inesperado: Jack tuvo un terrible choque con su bicicleta, y terminó con la pierna en mil pedazos y atado a una silla de ruedas.
Emily, que siempre había sido esa compañera incondicional, no se quedó de brazos cruzados. Sintió que la situación le pesaba tanto como a él y se juró que iba a estar para Jack, pasara lo que pasara. Así que, después de matarse con las tareas del colegio, iba a la casa de Jack. Le daba una mano con lo que fuera, desde la tarea más aburrida hasta zambullirse en las páginas de algún libro que les hiciera olvidar la realidad durante un rato. Esa amistad a prueba de bombas y el apoyo que no desaparecía nunca valían oro.
Cuando llegó el verano, con toda esa avalancha de sol, playa y descontrol, todos los amigos de Emily ya estaban soñando con las olas y la arena. A Emily la ilusionaba la idea, pero había un pero enorme: Jack aún estaba recuperándose. Y ahí estaba ella, en ese cruce de caminos, entre el «plan playa» con los amigos o quedarse en casa con Jack, siendo el ancla que su amigo necesitaba.
No fue fácil, pero Emily, con todo el corazón, decidió quedarse. Le explicó al grupo por qué no iba a poder hacer el viaje con ellos y, aunque por dentro sintió un bajón, sabía que estaba haciendo lo correcto.
Es que, en esta vida de locos, el amor de verdad es ese que te llama a estar a disposición de los demás, a dar el cien por los amigos, incluso si eso significa cambiar los planes. La historia de Emily y Jack, que me la contaron ellos mismos en mi última escapada a Florida, es un recordatorio poderoso de que el amor del bueno se ve en esas jugadas que haces por el bienestar de tus amigos, sin esperar nada a cambio. Es un asunto de lealtad. Y esas decisiones son las que te definen.
Oración: Señor, ayúdame a amar a mis amigos de forma genuina y desinteresada.