Cómo comenzó el adventismo
“De buena gana recibieron el mensaje, y día tras día estudiaban las Escrituras para ver si era cierto lo que se les decía” (Hech. 17:11).
Quienes habían creído que Jesús regresaría en 1844, se dividieron en grupos. Unos afirmaban que nada había pasado, otros continuaron poniéndole fecha al regreso de Jesús, otros comenzaron a profundizar en la Biblia para comprender mejor la profecía de los 2.300 días de Daniel. ¿Qué podían haber interpretado mal?
Fue entonces cuando un grupo comenzó a guardar el sábado. También comenzaron a estudiar lo que la Biblia dice sobre la muerte y comprendieron que es similar a un sueño. Declararon que no somos almas inmortales que van al cielo o que se queman para siempre en el infierno, sino que podemos evitar la inexistencia eterna si creemos en Jesús.
Los nuevos adventistas, aunque apenas eran cien, se ganaron un apodo: “El pueblo del sábado y de la puerta cerrada”. Mientras trataban de dar forma a sus creencias, no le dieron importancia a la misión (después de todo, ¿puede haber una misión sin un mensaje?). Tal vez, pensaban, la puerta de la salvación se había cerrado, así como la puerta del arca de Noé se cerró una semana antes de que comenzara a llover. Pero cuando su investigación comenzó a atraer personas que ni siquiera habían estado interesadas en lo ocurrido en 1844, se dieron cuenta de que Dios los estaba llamando a algo que iba mucho más allá de agrupar a los antiguos milleritas.
En el año 1846, Elena Harmon se convirtió en Elena de White al casarse con un predicador joven llamado Jaime White. Su matrimonio sorprendió a algunos que aún creían que Jesús vendría pronto y, por lo tanto, consideraban que casarse era una pérdida de tiempo. Ese mismo año, Elena recibió una visión en la que se le decía que el fin no sería todavía, ya que “el tiempo de angustia de Jacob” debía ocurrir primero. Algunos que habían rechazado la obra del Espíritu Santo en los últimos años habían, según Elena, cometido el “pecado imperdonable”, pero muchos otros estaban abiertos al mensaje.
Ya en 1848, el grupo estaba firme en sus creencias y, ese año, Elena de White tuvo una visión que lo cambió todo y que los hizo ponerse en acción. Vio la obra de publicaciones “como raudales de luz que circundaban al mundo”. Y ahora que estaban seguros de sus creencias, era hora de que el mundo entero las conociera.