Hijo de Dios, hijo de hombre
“Evangelio que se refiere a su Hijo, nuestro Señor Jesucristo, que era del linaje de David según la carne, que fue declarado Hijo de Dios con poder, según el Espíritu de santidad, por su resurrección de entre los muertos” (Romanos 1:3,4).
El evangelio, es decir las buenas nuevas de salvación, se centraliza en el Hijo de Dios e Hijo del Hombre. El mismo Pablo explica que todos pecaron, que todos están destituidos de la gloria de Dios y que la paga del pecado nos conduce a todos a la muerte.
Solo podía salvarnos quien tuviera vida propia. Alguien que fuese Dios y que, al mismo tiempo, viviera como humano sin pecado, pues no podía expiar sus propios pecados y los ajenos.
Pablo hace un resumen del evangelio: dice que Dios se hace hombre, por medio de su encarnación como descendiente de la familia de David. Juan, en Apocalipsis, habla del Señor como raíz y rama de David. Raíz porque como Dios existía desde antes, desde siempre; y rama porque nació como humano, como descendiente del linaje de David. Jesús fue divino y humano a la vez, fue Dios con nosotros. Fue hijo de María y del Espíritu Santo. No fue hijo de José. Fue Hijo del Hombre, pero era también Hijo de Dios.
Jesús fue entregado para salvar a su pueblo de sus pecados, pero de nada serviría un Salvador muerto. Tanto la encarnación como la resurrección de Cristo muestran el amor y el poder de Dios, y garantizan nuestra salvación. Isaías había profetizado que un niño no es nacido, un hijo nos es dado. Vivió una vida sin pecado, murió ocupando nuestro lugar y resucitó de entre los muertos.
La resurrección de Cristo asegura nuestra salvación, porque “si Cristo no resucitó, entonces no era el Hijo de Dios, y en ese caso el mundo se halla desolado; el cielo, vacío; el sepulcro, oscurecido; el pecado, sin solución; y la muerte será eterna” (Mullins). El mismo apóstol Pablo les dice a los Corintios que si Cristo no resucitó vana es nuestra fe.
En la Biblia, el origen del mal es explicado como el misterio de la iniquidad; y para resolver ese misterio hay otro misterio, el de la piedad, porque solo un amor inexplicable podría haber hecho por nosotros lo que fue hecho. Los años sin fin de la eternidad no alcanzarán para estudiar de un amor tan maravilloso e inmenso.
Estas son las buenas nuevas del evangelio: el Hijo de Dios fue hecho Hijo del Hombre, para que nosotros, los hijos de los hombres, podamos llegar a ser hijos de Dios. ¡Que nuestra gratitud y compromiso sean permanentes!