“Convencerá al mundo de pecado”
“Cuando él venga, convencerá al mundo de pecado, de justicia y de juicio” (Juan 16:8, RVC).
En el Evangelio de Juan, vemos cómo nuestro señor Jesucristo se refirió a la obra del Espíritu Santo en estos términos: “El viento sopla de donde quiere, y oyes su sonido, pero no sabes de dónde viene ni a dónde va. Así es todo aquel que nace del Espíritu” (Juan 3:8). Sin que nos demos cuenta, el Espíritu está haciendo su obra. Una experiencia de Billy Graham ilustra a la perfección lo que pretendemos decir.
En su autobiografía, Graham cuenta de una ocasión en que dos hombres se sentaron en los asientos traseros del auditorio donde él estaba predicando. Al parecer, estos personajes no se conocían, pero en cuestión de minutos se pusieron de acuerdo en dos cosas: “No les gustaban los estadounidenses y, en especial, no les gustaban los evangelistas estadounidenses”. ¿Y entonces a qué habían ido a la campaña? A burlarse de Graham. Sin embargo, ocurrió lo que ninguno de los dos esperaba, el Espíritu Santo los tocó, y cuando Graham hizo el llamado, “uno de ellos le dijo al otro: ‘Voy hacia delante’. El otro le respondió: ‘Yo también. Y aquí está tu billetera, soy un carterista’ ”.¹²⁶ Aquellos dos hombres que habían entrado a robar y a burlarse del mensaje (y del mensajero), salieron convertidos, porque, como el viento, el toque suave del Espíritu transformó sus vidas.
A veces juzgamos a las personas, las miramos con recelo y dudamos de que algo bueno pueda salir de ellas. ¿Y por qué lo hacemos? El Sabio nos da la respuesta: “Así como no sabes por dónde va el viento ni cómo se forma el niño en el vientre de la madre, tampoco entiendes la obra de Dios” (Ecl. 11:5, NVI). No, no entendemos la obra divina; no somos capaces de comprender la profundidad del amor del Padre por los perdidos. Cristo hizo esta maravillosa promesa: “Yo les digo la verdad: les conviene que yo me vaya; porque si no me voy, el Consolador no vendrá a ustedes; pero si me voy, se lo enviaré. Y cuando él venga, convencerá al mundo de pecado, de justicia y de juicio” (Juan 16:7, 8, RVC).
Permitamos que la promesa se cumpla, dejemos que el Espíritu nos convenza de nuestros pecados y pidamos a Dios que nos perdone. Hoy dejaremos de ser “burlones y carteristas”.
126 Billy Graham, Just As I Am: The Autobiography of Billy Graham (Nueva York: Harper Collins, 1997), p. 230.