
Aprendamos del Libro
«Escudriñen las Escrituras, porque les parece que en ellas tienen vida eterna y ellas son las que dan testimonio de mí» (Juan 5: 39, RVA15).
El verbo con que comienza esta declaración de Jesús ha dado mucho que hablar, porque la forma en la que está conjugado puede ser igualmente un imperativo («escudriñen») que un indicativo («escudriñan»). La cuestión es que el significado de la frase difiere según optemos por una traducción u otra. La primera sería una vehemente exhortación para profundizar en el estudio de la Biblia (como lo entendieron Agustín, Lutero, Calvino y como consta en numerosas traducciones bíblicas), y por supuesto, ¿qué mejor consejo podría darnos Jesús para estimular nuestro crecimiento espiritual que el estudio de la Biblia?
Sin embargo, si tenemos en cuenta el contexto inmediato del Evangelio de Juan, vemos enseguida que la frase todavía cobra más sentido con un indicativo. Porque «escudriñar» es lo que ya hacían muchos judíos, sobre todo desde el regreso del exilio, especialmente para contar las palabras del texto, el número de letras, etcétera; no parándose siempre a desentrañar su sentido y su intención. Por eso, como han observado los grandes biblistas, las palabras de Jesús pueden contener algo todavía más fuerte y directo que un buen consejo general: «Ustedes, que tanto escudriñan la Biblia, ¿no se dan cuenta de que dan testimonio de mí? Entonces, ¿por qué no quieren seguirme?».
Por eso Jesús añade lo de «les parece que en ellas tienen vida eterna», y resalta la triste contradicción de que «las Escrituras dan testimonio de mí, ¡y ustedes no quieren venir a mí para tener vida!» (ver Juan 5: 39-40).
Por lo tanto, escudriñemos las Escrituras, por supuesto. Ellas nos aportan sabias respuestas a las grandes preguntas de la vida: ¿De dónde venimos? ¿A dónde vamos? ¿Qué hacemos aquí? ¿Cómo espera Dios que actuemos en la vida? ¿Qué podemos esperar después de la muerte? Etcétera. Pero, sobre todo, parémonos a escuchar el testimonio que nos dan de Jesús (cf. Juan 20: 30-31).
En un mundo secularizado y desorientado, la Biblia aporta principios y valores estables y eternos. Pero para mí lo más especial es que se trata de un libro de «encuentros decisivos», ya que su escucha está destinada, finalmente, a encontrarnos con nuestro Creador y Salvador.
Esta relación personal con «la Palabra hecha carne» (ver Juan 1: 1), que se establece a través de la meditación suscitada por el contacto directo con la Biblia, cambia vidas. He visto personas ¡y familias enteras! realmente transformadas por el poder del Espíritu Santo, a través del estudio de este Libro, y del contacto con su divino Autor.
Señor, para crecer espiritualmente, enséñame a escuchar tu voz en las Escrituras.