Dios es el perdón
“Perdona nuestros pecados, porque nosotros también perdonamos a todo el que nos debe” (Lucas 11:4).
Si bien es correcto decir que la oración del Padrenuestro nos enseña a relacionarnos con Dios desde la perspectiva de quién es él, también lo es asegurar que nos da la misma enseñanza desde la perspectiva de lo que somos nosotros. Si Dios es un padre, un rey soberano y un proveedor constante, nosotros somos pecadores débiles y necesitados. Ambas perspectivas las necesitamos para desarrollar una profunda relación con Dios.
La expresión “perdona nuestros pecados”, dirigida a Dios, es una admisión de que somos pecadores. La forma en que se expresa la frase se refiere más a una condición que a la comisión de pecados puntuales. “Somos pecadores”. Punto. Esa es nuestra realidad. Lo importante de admitir esa realidad espiritual es que nos impulsa a buscar ayuda en Dios. Y qué bendición que Dios nos dice: “Si mi pueblo, el pueblo que lleva mi nombre, se humilla, ora, me busca y deja su mala conducta, yo lo escucharé desde el cielo, perdonaré sus pecados” (2 Crón. 7:14, DHH). El perdón es a la vida espiritual lo que el pan de cada día es al cuerpo físico. Ambas cosas las necesitamos siempre, y nos obligan a mantenernos conectados con Dios.
Jesús nos enseñó que el perdón que pidamos a Dios debe esperarse en la misma medida en que nosotros lo damos a las personas que nos ofenden. No solo lo vemos aquí, también en Mateo 18, Jesús dice que, si no perdonamos de corazón a otros, lo mismo hará nuestro Padre con nosotros (vers. 21-35). Los que amamos a Dios estamos llamados a practicar el perdón en nuestras vidas. ¿Estás tú comprometido con este ideal? “¡Tengan cuidado!”, dice Jesús, “si tu hermano peca, repréndelo; pero si cambia de actitud, perdónalo. Aunque peque contra ti siete veces en un día, si siete veces viene a decirte: ‘No lo volveré a hacer’, debes perdonarlo” (Luc. 17:3, DHH). ¿Lo tienes claro? ¿Lo llevas a la práctica en tu vida?
Si lo analizamos bien, veremos que Lucas 11:5 crea un círculo virtuoso en el cual los seres humanos estamos en paz con Dios, quien nos ha perdonado por su fidelidad y justicia; y al mismo tiempo estamos en paz con los demás, al perdonarlos de acuerdo a lo que hemos aprendido del ejemplo de nuestro Padre celestial. Si esta porción del Padrenuestro fuera practicada, gozaríamos de paz interior, las familias serían más felices y la convivencia entre naciones e individuos sería un testimonio de la sabiduría divina al darnos su Palabra.