
¿Esclavo de tu imagen?
«Pues aun los cabellos de ustedes están todos contados» (Mateo 10: 30, RVC).
Al parecer, los seres humanos tenemos en promedio unos doscientos cincuenta cabellos por centímetro cuadrado, es decir, entre cien mil y doscientos mil sobre toda la cabeza. Se estima que la densidad capilar alcanza su nivel más alto en torno a los dieciséis años y que comienza a disminuir con la edad. En Europa muchos hombres empiezan a perder el cabello desde muy jóvenes, lo que representa para algunos una inconsolable desdicha.
Yo empecé a quedarme calvo bastante pronto, lo que me permitió ir haciéndome a la idea con aceptable resignación y deportividad. Pero he conocido en mi entorno a hombres que viven su alopecia como una verdadera tragedia. Y los hay que gastan en productos para conservar el cabello, y últimamente en implantes, una pequeña fortuna.
Sabiendo que Jesús tenía entre sus discípulos más cercanos a un buen grupo de hombres jóvenes, no me extrañaría que estas palabras del Maestro tuviesen la primera intención de aportar un cierto consuelo, con un guiño de humor, a la vanidad masculina herida por la incipiente calvicie de algunos: «Sí, Dios conoce su problema. Pero no se preocupen demasiado por eso, ustedes valen mucho más que su hermosa cabellera».
Cuidarnos está muy bien. Y hay muchas intervenciones de cirugía plástica y estética sin duda justificadas. Pero hay demasiadas personas excesivamente preocupadas por su imagen. Algunas invierten una energía considerable y no pocos recursos en implantes capilares, en estirarse la piel, hacerse retocar la nariz, los labios u otras partes del cuerpo para estar más atractivos o parecer más jóvenes.
A la luz de lo que es importante y de lo que es secundario en la vida, las palabras de Jesús nos recuerdan que a veces es conveniente dejar de mirarnos el ombligo, mirar a nuestro alrededor y pensar en la realidad de esos millones de personas que necesitan de nuestra ayuda simplemente para sobrevivir.
Jesús propone que dejemos de preocuparnos innecesariamente por los cabellos perdidos, le confiemos todas nuestras inquietudes secundarias y concentremos nuestros esfuerzos principales en lo que valga más la pena. Para la serena gestión de nuestro carácter, no podemos poner en el centro de nuestros intereses el número menguante de nuestros cabellos, ni muchos otros desasosiegos comparables en asuntos de importancia relativa.
Señor, en esta jornada deseo preocuparme por lo que realmente importa para ser, a mi nivel, un mensajero de tu amor providente en un mundo que tanto nos necesita, a ti y a mí.