Dios: el guardador que no duerme
“El Señor es tu guardián” (Salmo 121:5).
Siempre estamos guardando cosas. Tenemos casas, garajes, armarios, despensas, archivos, gavetas, armarios, vitrinas, carteras, bolsillos, cuya finalidad es servir de espacios para guardar objetos. Los bancos, los almacenes y los depósitos son negocios que funcionan también a partir de esta idea de que las personas necesitamos guardar cosas que consideramos importantes. Y este es el punto: la razón por la que guardamos cosas es porque las valoramos tanto que no queremos perderlas. Las guardamos para protegerlas, para cuidarlas, para que no se pierdan, no se estropeen o no nos las roben. Qué interesante es leer el Salmo 121:5 y ver que Dios es quien nos guarda a nosotros. Analicemos este retrato de sí mismo que nos regala nuestro Dios.
“El Señor es tu guardián”, “El Señor es quien te cuida” (DHH), “Dios te cuida y te protege” (TLA). Este versículo forma parte de un canto, como lo son todos los Salmos, aunque hasta nosotros hoy han llegado apenas las letras sin la música. De modo que el salmista, por inspiración divina, compone un canto en el que celebra que Dios es el que nos guarda a nosotros, sus hijos. Lo primero que esto nos dice es que, para Dios, somos lo más valioso, ¡y eso merece celebrarlo con cánticos! Qué bonito y qué profundo, ¿no crees?
Dios no se retrata como el que cuida tu casa, tu ropa, tu auto, tu dinero, en fin, lo material, sino que prefiere mostrarse como el que te guarda a ti: tu alma, tu salida y tu entrada, tu ser de todo mal. Al dejarnos saber estas cosas, Dios nos indica que guardar lo espiritual debe preceder a todo esfuerzo por guardar lo material. Lo que somos en él es más importante que lo que tenemos. Una de las más grandes contradicciones en esta vida es la de aquellos cristianos que son tan cuidadosos guardando lo que tienen que se les olvida guardar su alma del mal. Pero “¿Qué aprovecha el hombre si gana el mundo entero y pierde su vida?” (Mat. 16:26).
El pasaje nos dice algo más acerca de Dios: “Nunca duerme el que cuida de Israel” (vers. 4, DHH). ¿Alguna vez has tenido que cuidar de alguien toda la noche? ¿De un hijo o un padre enfermo, por ejemplo? ¿Verdad que de vez en cuando cabeceaste mientras tu ser querido dormía? Dios no. Él nos cuida sin pestañear.