“Vivamos para la justicia”
“Él mismo, en su cuerpo, llevó al madero nuestros pecados, para que muramos al pecado y vivamos para la justicia” (1 Pedro 2:24, NVI).
En los tiempos del Imperio Romano, la esclavitud era un estado doloroso y, en muchas ocasiones, irremediable. El esclavo era tratado como un objeto, porque según Aristóteles no era más que “una herramienta animada”. Las creencias populares sostenían que no había nada bueno en un esclavo, y por ello se le trataba con desestimación y suspicacia. Aunque el amo no podía quitarle la vida, en caso de que lo hiciera no se consideraba delito, sobre todo cuando el esclavo se había fugado. Sin embargo, llama la atención la manera en la que Pablo rompe con las normas de su tiempo y le ofrece un trato preferencial a un esclavo que había cometido el grave delito de escaparse del amo. ¡Algo insólito para la época!
En la Carta a Filemón 1:17 al 19, leemos lo siguiente: “Si me tienes por compañero, recíbelo como a mí mismo. Y si en algo te dañó, o te debe, ponlo a mi cuenta. Yo, Pablo, lo escribo de mi mano: yo lo pagaré (por no decirte que aun tú mismo te me debes también)”. Filemón era el propietario de Onésimo, y en lugar de matarlo, tenía que recibirlo. Pablo pudo haberle recordado a Onésimo lo que había dicho en Tito 2:9 y 10: “Exhorta a los esclavos […] que agraden en todo, que no sean respondones. Que no roben, sino que se muestren fieles en todo”. Pero Pablo no le restriega en la cara la falta a Onésimo. Lo más asombroso es que el apóstol usa una fraseología financiera, que solo aparece aquí en el Nuevo Testamento, para afirmar que lo que fuere que hubiera hecho el esclavo, él asumiría la responsabilidad. Si Onésimo tenía una deuda, Pablo cargaría con ella.
¿No es eso un pálido reflejo de lo que Cristo hizo por nosotros? Éramos esclavos que merecíamos morir, pero cuando la sentencia de muerte pendía sobre nuestro cuello, Cristo apareció y Dios “cargó en él el pecado de todos nosotros” (Isa. 53:6). Y gracias a que Jesús asumió nuestra deuda, ahora podemos vivir en completa libertad.
Pedro lo expresa con palabras maravillosas: “Él mismo, en su cuerpo, llevó al madero nuestros pecados, para que muramos al pecado y vivamos para la justicia” (1 Ped. 2:24, NVI).