Matutina para Adultos, Domingo 18 de Abril de 2021

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Nada

“Acerca, pues, de los alimentos que se sacrifican a los ídolos, sabemos que un ídolo nada es en el mundo, y que no hay más que un Dios. Aunque haya algunos que se llamen dioses, sea en el cielo o en la tierra (como hay muchos dioses y muchos señores)” (1 Corintios 8:4, 5).

El ídolo representaba una deidad que vivía en los cielos y que de tanto en tanto visitaba la Tierra. Los paganos creían en imaginaciones que llamaban dioses. Eran representaciones de cosas del cielo y de la Tierra, tales como el Sol, la Luna, las estrellas, el fuego, el agua, la tierra, animales, aves, así como seres mitológicos, como Apolo, Júpiter, Venus. 

Además, los emperadores romanos se declaraban dioses, levantaban estatuas de sí mismos, y luego perseguían hasta el martirio a los cristianos que no las adorasen. Pablo afirma que el ídolo es nada, representa a un dios que no existe. Nada representando a la nada. Absolutamente nada. Podrá ser una gran obra de arte valiosa, pero carece de poder espiritual. 

El ídolo está hecho de madera, piedra o metal, y no significa nada ni en el cielo ni en la Tierra. La palabra “ídolo” no se refiere únicamente a la imagen, sino al dios que se supone que representa. La creencia de que diversas deidades moran en los ídolos hechos por el hombre es solo una fantasía de sus adoradores. Algunos ídolos eran falsos, otros eran manifestaciones de demonios. Sean imaginaciones de la mitología o de la vanagloria humana, son nada. No merecen ni adoración, ni confianza ni dependencia.

Cuan “pagana” es nuestra manera de vivir. Nosotros también podemos tener ídolos. Considerados en exceso, casi a nivel de veneración, pueden tratarse de ciertos bienes de consumo, ciertos personajes políticos, culturales, músicos, deportistas y demás. Pueden ser ciertas ideas, conceptos o prácticas que hemos transformado en algo sagrado. Nosotros también podríamos estar construyendo nuestros propios ídolos para ser adorados.

Adorar ídolos es tanto necedad como pecado. Es pecado, porque ninguna imagen puede capturar ni representar a Dios; él no es representado por ídolos. Y porque el mismo Mandamiento, de manera expresa, nos pide no forjar ni adorar imágenes de ninguna cosa. “Vivimos en un tiempo solemne y terrible. No tenemos tiempo para adorar ídolos, ni lugar para concertarse con Belial ni para amistarse con el mundo. Aquellos a quienes Dios acepta y santifica para sí mismo han sido llamados a ser diligentes y fieles en su servicio, apartados y dedicados a él” (Elena de White, Testimonios para la iglesia, t. 2, p. 152). 

Como Lutero, podemos pedir perdón “porque hemos pasado de la fe a la incredulidad y de la adoración a la idolatría”. Sea nuestra oración: “Señor, ayúdame a dejar todos mis ídolos; a ser diligente, fiel, apartado y dedicado”.

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