
Bien vestidos
«¿Y por qué se preocupan ustedes por la ropa? Fíjense cómo crecen los lirios del campo: no trabajan ni hilan. Sin embargo, les digo que ni siquiera el rey Salomón, con todo su lujo, se vestía como uno de ellos» (Mateo 6: 28-29, DHH).
Tengo el privilegio de no necesitar preocuparme apenas por mi ropa, ya que suelo heredar la que mis dos hijos varones ya no quieren y ellos son mis activos asesores de imagen (?).35 Pero sé que la ropa en tiempos bíblicos estaba toda hecha a mano y, por consiguiente, resultaba muy cara. Hoy la mayoría de los seres humanos podemos vestirnos con mucha mayor facilidad.
Sin embargo, todavía hay quienes invierten enormes sumas de dinero en ropa. Fuera de comparación está el llamado Diamond Wedding Gown, valorado en doce millones de dólares y considerado el vestido más caro del mundo. Tiene incrustados diamantes de ciento cincuenta quilates y otras gemas cedidas por Martin Katz, el más famoso diseñador de joyas del mundo. Este fastuoso vestido fue creado por la diseñadora de trajes de novia, Renee Strauss, y expuesto en el Ritz-Carlton Marina del Rey en 2006. Hasta la fecha todavía está esperando una dama que se atreva a lucirlo.
En tiempos de Jesús y de los apóstoles, igual que en la actualidad, muchos catalogaban a la gente por su vestimenta (ver Sant. 2: 1-3). Aunque hoy se puede alquilar casi cualquier atuendo para aparentar lo que no se es, ni la indumentaria más cara del mundo puede transformarnos en quienes no somos. La relativa importancia de usar ropa cara queda patente en el refrán popular «el hábito no hace al monje».
Pablo nos propone un vestido totalmente asequible para todos los presupuestos, y que ni los mejores diseñadores del mundo podrían proporcionarnos: «Por lo tanto, como escogidos de Dios, santos y amados, revístanse de entrañable misericordia, de benignidad, de humildad, de mansedumbre y de paciencia» (Col. 3: 12-13, RVC).
Las modas pasan y, por mucho que intentemos seguirlas, solo podemos vestir o disfrazar nuestro exterior. Lo que realmente somos sigue sin cambiar, por mucho que cambie nuestro atuendo y por muchas personas a las que consigamos impresionar. Jesús y Pablo nos invitan a dejar de preocuparnos más de lo debido por nuestro atavío exterior, y a pedir a Dios que nos vista de las cualidades que nuestro ser profundo necesita.
Señor, en mi crecimiento espiritual, hoy deseo despreocuparme por mis apariencias y dejar que tú me transformes por dentro y me revistas de tu gracia.